El amor de las pequeñas cosas

El amor de las pequeñas cosas

¿Has pensado en cómo percibimos el amor?
¿Con grandes cosas o con pequeñas cosas?

Eso de “daría mi vida por ti” que tanto hemos leído y oído y que ha contribuido a esa concepción del amor romántico como algo heroico no suele pasar nunca.
La mayoría no necesitaremos que nadie dé su vida por nosotras. Lo que sí necesitamos es saber que quieren vivir la vida con nosotras.
Creo que nos han vendido que es más fácil morir por amor que vivir con amor y por eso la vida va como va.
Una pequeña nota inesperada, que cuesta 15 segundos escribir y dice mucho más que lo quiere poner en ella.
Esas notas que consiguen un cosquilleo las primeras veces, un suspiro o una sonrisa aunque ya no sean novedad.
.
💖 Saberse querida es bueno para el alma.
💓 Hacer saber a quienes queremos eso mismo, que les queremos, debería ser parte de nuestra rutina, como saludar al llegar a un lugar.
💕 A una misma, a nuestros hijos e hijas, a la pareja si la hay, a las amigas…
💟
Te animo a que midas la calidad de tus relaciones pensando en los “te quiero” que das y que recibes…😍🥰
¿Cómo va ese saldo? 💞
¿Qué dice de ti tu cama?

¿Qué dice de ti tu cama?

Igual cuando lees esa pregunta piensas en el hecho de si eres de las que la hace por las mañanas o la deja sin hacer la mayor parte del día. 
Recuerdo una conferencia de algún mando del ejército que decía que hacerse la cama por la mañana era un indicativo del éxito, por aquello de empezar el día cumpliendo las obligaciones o algo así.  Lo cierto es que luego nos enteramos que la ciencia nos dice que mejor no hacerla y dejarla deshecha mientras la habitación se airea… o sea que ya tenemos 2 ideas contrapuestas solo sobre algo tan aparentemente poco relevante como hacer al cama o no por la mañana. 
Yo, si te sirve de algo te diré que solo «hago la cama» cuando cambio las sábanas, que lo mejor que me regalaron cuando me casé fue un edredón nórdico  que no hay que estirar, ni entremeter ni nada. Y que yo personalmente prefiero la teoría de ventilar la cama a la de que el éxito depende de lo metódica y organizada que seas. 

Pero no iban por ahí los tiros de mi pregunta.  Me explico: 


Yo duermo bastante regular, pero lo cierto es que hace poco decidí que iba a comprarme una cama buena de verdad, de esas de los hoteles de 5 estrellas. Decidí que en vez de gastarme «lo justo» en un colchón normalito y seguir con mi canapé de hace no sé cuántos años que ya  no estaba bien del todo, iba, por fin, a invertir en una cama buena para mí. 

Y estando en la cama desvelada pensé que es cierto que me sigo despertando muchas veces, pero que ya no noto molestias en el cuerpo como antes. Me alegré de haber decidido invertir en ese colchón que parecía de lujo por el precio. 
Y dándole vuelta a eso, a que la verdad es que es un colchón «caro» pensaba yo que un tercio de la vida se nos va durmiendo y que igual sí importa en cómo lo hacemos. 

Por eso llegué a la conclusión de que  reflexionar en qué importancia le damos al sueño, a cómo y dónde dormimos no es tan trivial. 
Casi todos los adultos que conozco tenemos un coche (o más). Y mirad esta noticia:

 

Pero es que si a eso le sumamos lo que implica tener un coche la cifra sube hasta esto:

Cuando lo ves así junto te das cuenta de cómo hemos normalizado ese gasto para una herramienta, que a no ser que seas taxista, vas a usar algunas horas al día solo. 
Recuerda:  en la cama estarás casi 1/3 de tu vida… y ya consideramos mucho pagar por un colchón los ue pagamos por solo 1 mes de coche. 

Viéndolo así seguro que ahora no te parece caro invertir 700€ o 1000€ en una buena cama ¿no?  Sobre todo porque no se trata solo de un tema de tiempo que pasas en ella sino de que incide directamente en nuestra salud y bienestar. 
De hecho, uno de los baremos que tienen los hoteles para clasificarse y obtener estrellas es la calidad del colchón. 
Y si no recuerda si alguna vez has dormido en un apartamento u hotel en el que la cama era de todo menos cómoda y confortable y si por el contrario, alguna vez has dormido en una de esas que parecía que flotabas. 
Por supuesto, cuando no hay para comer, siempre digo que esto puede sonar a frivolidad, pero para mí este caso de la cama es una muestra de cómo a veces miramos el precio y no el valor de las cosas. 

Yo estoy muy satisfecha de esa compra que lleva postergando mucho tiempo. Siempre había un gasto extra más importante, una compra que parecía más necesaria o la necesidad de otra persona de la familia antes que la mía. 

Pero recordé que hubo una época en mi vida en la que trabajaba mucho físicamente y que cuando llegaba a la cama por la noche siempre decía en voz alta: 
·Gracias dios mío por tener una cama»

No le damos importancia al reposo hasta que no estamos agotadas, del mismo modo que no valoramos la salud hasta que nos falta. 

Así que ahora, no solo en mi vida personal, sino en mi trabajo céreo que voy a incorporar la pregunta de 
«¿Cómo  es tu cama?» como indicador de autoestima, de prioridades o de placer incluso. 

Cuando nació mi hijo recuerdo que el padre me dijo un día: 
«Esto que hacemos con Iker se llama colecho»
Porque antes de saber que tenía un nombre, nos dimos cuenta que para poder dormir algo más lo mejor era que él estuviera en nuestra cama. Cuando la cama de matrimonio se nos quedó pequeña lo que hicimos fue adosar otra a la nuestra.  Nuestro dormitorio era literalmente eso: un DORMITORIO (la habitación de dormir). No teníamos ni armario, ni más muebles. Solo camas para dormir todos cómodos. 

Así que el test de qué dice de ti tu cama o cómo y dónde duermes, como ves puede indicar muchas cosas sobre ti. Del mismo modo igual puedes cambiar cosas que quieras sobre ti, cambiando tu cama o tu forma de dormir… Pero de eso te hablo igual otro día. 

Por cierto… aprovecho y te comento que hace unos meses me compré una manta de peso. 
¿LAs conoces? 

Así que entre mi colchón nuevo, mi manta eléctrica, mi edredón nórdico con una funda blanca de algodón que me encanta y mi manta de peso para aliviarme la tensión muscular y general… mi cama  cierra el ciclo de rutina de autocuidado que empieza siempre que puedo con mi clase de yoga…

Estoy satisfecha de haber cumplido uno de mis propósitos de mejora de mi bienestar físico y mental.
¿Y tú? ¿Quieres compartirme algo sobre el tema?

 

¡Te escucho!

Lo primero no es el objetivo

Lo primero no es el objetivo

¿Cuántas veces has oído que para tener éxito y conseguir cosas lo primero es marcarse un objetivo?

Yo misma he usado por años el lema «lo primero es soñarlo». De hecho mi primer viaje internacional de trabajo, en 2016, giraba en torno a ese slogan.

No es que haya cambiado de idea sobre que para que las cosas se cumplan primero hay que «pensarlas», soñarlas o imaginarlas. Lo cierto es que si no nos marcamos objetivos rara vez nos movemos del lugar donde estamos. Dejar las cosas al azar no suele ser muy productivo y acabamos corriendo el riesgo de no trabajar para nuestros propios objetivos porque acabamos trabajando para los de otros. No es esa la idea de este artículo.

Cuando digo que lo primero no es el objetivo me refiero a que no siempre el objetivo que nos trazamos en nuestra vida, personal o profesional ha sido «decidido» por nosotros y nosotras mismas. Vivimos en una sociedad de aparente libertad que no es sino un tablero con opciones bastante limitadas y delimitadas. Prueba de ello es que cuesta encontrar objetivos de los que llamamos «divergentes» y originales.

Hasta los típicos mensajes del Misión, Visión y Valores muchas veces son copia-pega de otros . No ha habido un trabajo personal o corporativo de analizar ya no «qué» queremos hacer sino algo mucho más importante para mí a la hora de establecer objetivos que es «para qué» queremos hacer ese algo.

En mi experiencia trabajando con personas y empresas pocas veces me sabían responder al «para qué» del objetivo que tenían planteado. Y eso hacía muy difícil establecer una estrategia u hoja de ruta efectiva para su situación particular.

Por eso te repito: lo primero no es el objetivo. Lo primero es conocerte más a ti o tu proyecto y saber desde dónde partes y adónde quieres llegar, por qué quieres llegar ahí y sólo después buscaremos el cómo.

La mayoría de emprendedoras con las que he trabajado tenían como objetivo «emprender», me contaban que querían dejar su trabajo por cuenta ajena para tener más libertad.

Muchas me decían que habían contratado esta o aquella formación, a este o aquel coach que les guiase en el camino al éxito en el emprendimiento. Es triste decir que la mayoría de las personas que pagan por esos programas que les prometen facturar 6 cifras, no solo no llegan nunca a facturar esa cantidad sino que acaban fracasando en el emprendimiento y vuelven a donde estaban con menos dinero y una sensación de fracaso.

Es evidente que alguien que te dice que su objetivo al emprender es tener más libertad lo que tiene es una idea idílica del emprendimiento. Ha leído a este o aquel gurú de turno contar sus éxitos y dinero ganado fácilmente, contar que vive de ingresos pasivos y se ha creído el cuento.

Lo cierto es que emprender es un camino de retos constantes, que requiere de una alta tolerancia a la inseguridad a la frustración y mucha constancia. Que para llegar a tener libertad económica y de tiempo como emprendedor o emprendedora primero vas a tener que dedicarle muchas más de 40 horas a la semana. Si no tienes clara la realidad de lo que implica el objetivo que te marcas, no es tu objetivo.

Así que sí, lo primero antes de marcarte un objetivo es conocerte un poco mejor, a ti mismo, a ti misma, a tu proyecto y establecer un objetivo adaptado. Saber cuáles son tus valores, qué estás dispuesto a perder, cuánto puedes o no arriesgar, cuáles son tus circunstancias personales que te suman o te restan energía. En definitiva, antes de establecer el objetivo, analízate tú. Analiza tu punto de partida y solo después de eso estarás más cerca de que tu objetivo esté alineado y más basado en hechos que en expectativas irreales.

Lo cierto es que mi primer viaje a Chile fue como cumplir un sueño y de ahí el lema escogido. Pero lo que no todos saben es que mi primer sueño era que alguien me invitara a trabajar allí. Y ese sueño se reveló como inalcanzable cuando me invitaron a dar una formación en lactancia allí y al decirles que tenía que ir con mi hija que aún era un bebé y a la que amamantaba me respondieron que entonces mejor contrataban a un señor pediatra que, evidentemente, no daba teta y podía viajar solo.

Ahí me di cuenta que «ese sueño» no era el mío, que debía reajustarlo. Así que trabajé para no renunciar a algo que para mí en ese momento era irrenunciable. Y poco más de un año después yo misma financié y organicé mi propio viaje de formación a Chile. Y me llevé, no solo a mi hija, sino a mi hijo mayor también. Porque la realidad es que mi sueño no era «ir a Chile a trabajar», mi sueño era demostrar que podía trabajar en cualquier parte del mundo sin renunciar a lo que para mí estaba por arriba en mi escala de valores y prioridades.

Si quieres que te ayude, a ti o a tu equipo, en cualquier punto del proceso de autoconocimiento, evaluación y desarrollo de objetivos, ya sabes… ¡soy tu persona!.

PD: álbum de fotos de ese viaje

Demasiado feministas

Demasiado feministas

«Demasiado feminista para el mundo profesional».

¿Qué sentirías si oyeras este comentario sobre ti y tu trabajo?

¡Bienvenida a mi vida!

Hace años, un señor ( por ser generosa en mis términos) me dijo que con el tipo de fotos y comentarios que publicaba en mis redes nunca me iban a tomar en serio en el mundo de la empresa. Por aquel entonces yo me dedicaba al ámbito maternal y mis fotos en tetas dieron la vuelta al mundo cuando Facebook las censuró y peleamos para conseguir cambiar su política.

Es curioso que un tipo narcisista, tirando a psicópata, que  presumía de premios de emprendedores y de estar en consejos de dirección de empresas  afeara mi «estilo» en redes. Sobre todo si recuerdo las fotos que él me mandaba a mí de mujeres desnudas y atadas. Al parecer mis tetas daban mala imagen si era para defender mi derecho a amamantar pero las de las mujeres con las que se excitaba y masturbaba sí eran dignas de compartirse.  Al final este asqueroso ser no es más que un reflejo de la hipócrita moral que aún hoy existe en el mundo, incluído el mundo profesional y de empresa.

Porque esa ha sido la tónica. Recuerdo en mi primer trabajo de secretaría de un bufete de abogados de mucho prestigio, cómo mis jefes idolatraban a Mario Conde. Todos vestidos y peinados igual que él, que parecían clones. Daba igual que esa fachada de hombre de éxito escondiera lo que escondía. Hasta robar es glamuroso si lo haces con un traje caro y mucha gomina (y eres hombre, claro).

Si eres hombre puedes permitirme soltar tacos diciendo que eres lo más, puedes mirar a la gente a la cara y ser todo lo directo que no serás agresivo sino potente. Podrás  defender a muerte tus colores y tus ídolos aunque estos sean deleznables, porque representan el éxito en masculino. Si eres mujer no vayas a creer que puedes hacer lo mismo. A ti te toca ir por los carriles que ellos te marcan o descarrilarás tu carrera profesional y encima habrá sido culpa tuya.

«Demasiado feminista»

Me pregunto ¿se puede  ser «demasiado» feminista?

¿Se puede una pasar de exigir que se cumplan los derechos?

¿Se puede ser demasiado pro derechos humanos?

¿Se puede ser demasiado equitativa?

Al parecer sí.

  • Sobre todo cuando la norma es esta igualdad de postureo, este feminismo de Zara y esta moda de  aprovechar  el talento femenino para decorar  de forma económica el antiguo y rancio despacho machista. Como pegar papel pintado en una pared con moho.
  • Somos demasiado feministas cuando no pedimos permiso para hablar, cuando se nos interrumpe y en vez de achantarnos levantamos la voz o recriminamos al machote de turno su mala educación. Somos tan demasiado feministas que las maleducadas somos nosotras.
  • Somos demasiado feministas cuando nos lanzan un piropo y en vez de avergonzarnos, sonrojarnos o incomodarnos ( o sentirnos halagadas) lo devolvemos con un revés a su terreno en plan: » tu opinión me importa la misma mierda que tú».
  • Somos demasiado feministas cuando osamos hablar en términos y condiciones hasta ahora reservadas a los hombres.
  • Somos demasiado feministas cuando denunciamos vuestro machismo en voz alta, cuando decidimos que la vergüenza la lleve el que la merece.
  • Somos demasiado feministas cuando hacemos un ejercicio de sororidad y decidimos creer siempre primero el testimono de la mujer. ¿Te jode? Porque es lo que habéis hecho vosotros siempre: vuestra sola palabra bastaba para arruinar la reputación y la vida de las mujeres con la complicidad de vuestras jauría fraternal.
  • Somos demasiado feministas si detectamos eso que llamáis «micromachismos» en un intento por blanquear vuestras violencias. Porque sí, majete, lo cierto es que «todo es machismo» solo que hasta ahora nadie te lo afeaba.
  • Somos demasiado feministas cuando te decimos que te quites de ahí que es nuestro sitio. ¿O no te has parado a pensar en todos los espacios que ocupáis y que aunque sea por derecho de cuota debería ser nuestro? ¿Has pensado en todo lo que históricamente nos debéis a las mujeres? ¿Todas las herencias no cobradas? ¿El trabajo no remunerado? ¿El cuidado gratuito y sin descanso?
  • Somos demasiado feministas cuando en vez de preocuparnos por vuestro ego nos preocupamos por nuestro amor propio.
  • Así que sí, somos demasiado feministas cuando te demostramos que tu burla, tus chistes, tus comentarios, tus fantasías, tus discursitos, tus piropos, tus miradas, tus «halagos», tu paternalismo y tu condescendencia son basura machista.

 

Yo tengo claro qué somos, somos feministas, demasiado poco, diría yo. LA cuestión es si tiene claro lo que eres tú.

Las profesionales también lloran

Las profesionales también lloran

¿Has llorado alguna vez en una reunión profesional?

¿Por nervios, rabia o frustración?

¿Has sentido que eso le restaba fuerza a tu posición?

 

 

Empezaré diciéndote que es habitual tanto lo primero como lo segundo.
Y no, llorar no necesariamente implica perder fuerza en una reunión o negociación.
Déjame explicarte por qué tenemos esa percepción y por qué es errónea. 
 
Nuestra cultura ha colocado el llanto en una caja con estas  etiquetas y adjetivos: débil, sentimental, triste, pusilánime, vergonzoso y,  por supuesto, femenino.
Lo cierto es que el que llanto es una acción fisiológica con múltiples funciones. Desde algo tan práctico como limpiar el ojo cuando nos entra algo o se irrita, hasta la demostración externa de  emociones tan dispares como la tristeza, el dolor, la alegría y el placer.
Lloramos por cosas muy diferentes, con intensidades diferentes e implicaciones diferentes.
Las personas desarrollamos habilidades sociales que nos ayudan a «leer» qué significado tiene el llanto en cada caso.
Así  distinguimos cuándo alguien llora de dolor y cuándo de emoción y actuamos en consonancia.

Nadie le dice «lo siento» a quien llora de alegría en la boda de su hij@. Ni decimos «me alegro por ti» a la viuda que llora en un funeral.

No minimices el gran poder social que encierra el hecho de «leer estos comportamientos» porque hay gente con incapacidad ( y/o discapacidad)  para hacerlo y esto mismo les genera muchos problemas.

En general, como te digo, la mayoría interpretamos bien el llanto en estos ámbitos.
Pero ¿qué pasa cuando en un ámbito más profesional, sin películas, anuncios, música ni bodas o entierros, interpretamos mal el llanto propio o el ajeno?

.

 

Hoy te voy a hablar de esos casos en los que trabajando con mujeres temas de liderazgo y negociación me relatan conversaciones y situaciones en las que acabaron llorando, delante de un cliente, un socio, colaborador, proveedor o incluso de un empleado.

 

¿Te ha pasado?
A mí sí.

 

  En mi vida profesional he  llorado en reuniones, he llorado en medio de una discusión, he llorado  escuchando al hablar yo y al escuchar a otras personas.
Y no, eso no debe necesariamente a debilidad.

He llorado de angustia, de impotencia, de rabia y de frustración, del mismo modo que a veces en una clase, he llorado de emoción,  al tocar un tema sensible. He llorado al descubrir la pasividad de la gente y cómo eso afecta a mis derechos o los de los míos. He llorado de angustia ante la mezquindad o la maldad, he llorado para descargar estrés o reequilibrar mi estado emocional y he llorado para descargar la agresividad y no darle rienda suelta que es lo que me ha apetecido de primeras.

Ninguno de esos motivos le ha restado peso a mis argumentos ni credibilidad a mi persona ni a mi desempeño profesional, al menos no a mis ojos.

Sé que hay quien percibe el llanto de las mujeres en esos ambientes como un paso atrás, una derrota o sumisión y esa reacción es una muestra más del desconocimiento de la psique humana.
No voy a negarte que en una negociación la imagen que proyectamos es importante. Trabajar nuestro rango de poder y autoridad es fundamental para nuestro éxito profesional porque éste no se basa solo en lo buenas que seamos en nuestro trabajo sino en cómo de buenas somos percibidas. En ese sentido trabajar la seguridad, la confianza, el aplomo y la gestión emocional es imprescindible para que nuestras competencias brillen.
Si eres alguien que llora en cada reunión, que llora en cada discusión, que llora en cada negociación, mi consejo entonces es que  analices primero los porqués de esa reacción.
Generalmente  cuando una profesional formada reacciona  de este modo de forma habitual no tiene que ver con su formación o preparación, lo que llamamos las hard skills, sino con algún tema de actitud, las soft kills: autoestima, seguridad, confianza, etc. Por eso las profesionales no tenemos que trabajar solo la inteligencia empresarial sino también  la  inteligencia emocional.
A veces ese desborde o esa «incapacidad» para integrar algunas emociones puede venir por cosas como el generalizado miedo a hablar en público, el  miedo a la exposición o al rechazo, una percepción poco realista  de las competencias propias ( el llamado síndrome de la impostora) o incluso alguna situación médica o personal como una depresión o un duelo.

 

 

Si esa reacción ocurre de forma puntual ten en cuenta lo siguiente:

 

  • Es perfectamente normal.
  • No cambia quién eres.
  • No reduce tu valor profesional.
  • Es un mecanismo de liberación de estrés.
  • No «luches» contra él, tu cuerpo recupera el equilibrio mediante el llanto del mismo modo que subir la temperatura ayuda a luchar contra una infección.
  • No estás ofendiendo a nadie.
  • No te disculpes por llorar. NUNCA.
  • Recuérdate a ti misma que todas las personas lloran.
  • Llorar no reduce tu rango de poder a no ser que tú creas que lo reduce.
  • Las mujeres hemos conseguido la mayoría de nuestros derechos entre lágrimas, sudor y sangre, no sonriendo.

Sé que no es fácil decirnos mensajes positivos y mucho menos en situaciones que percibimos de debilidad por eso:

  • Aprovecha cada oportunidad para reforzar tu poder, tu autoridad y tu autoestima.

  • Aprende técnicas de negociación que te aporten seguridad.

  • Rodétate de mujeres referentes en tu sector y en otros y esfuérzate por conocerlas en el plano personal si es posible.

  • Comprueba a título personal que  el concepto de «fuerza» y «fortaleza» puede alcanzar otras dimensiones que van más allá de «ser fría, distante e impasible».

  • Aprende de tus errores sin culparte por ellos.

  • Recuerda que mostrarse vulnerable no es señal de debilidad sino de honestidad y humildad.

  • Celebra tus triunfos.

 

Y sobre todo:

«NO DEJES QUE NADIE TE HAGA SENTIR MENOS DE LO QUE ERES»

Si quieres trabajar en tu motivación, implementación, visibilidad, imagen, comunicación y actitud…

Empieza por mi programa de más éxito: #27DÍAS  y #27GLITTERDAYS y si quieres ir más allá, te espero en mi próximo training para aumentar tu rango de poder
#POWERUP  o en mi programa de alto impacto:  LIDERAZGO FEMENINO  

 

Educar solo hacia abajo

Educar solo hacia abajo

Hace un tiempo oí a Manu Sánchez decir:
«El humor siempre hacia dentro o hacia arriba, nunca hacia abajo».
Hoy, una querida amiga me ha dicho:
«Lo que agota es educar hacia arriba y no hacia abajo».

PEDAGOGAS FULL TIME

Hacer pedagogía es un trabajo.
Cuando esa pedagogía va en contra de la corriente dominante no es solo un trabajo, es un desafío. Desafío por la tarea en sí, por el marco hostil y porque los receptores no solo no agradecen el trabajo sino que en más ocasiones de las que piensas se vuelven contra ti.
 
Esto hace que la mayoría de las veces las mujeres callemos. Porque nos sale más barato, porque no compensa arriesgar nuestra paz mental o nuestra salud, porque sencillamente nos agota explicar lo mismo vez tras vez.
Pero a algunas nos cuesta callarnos. Por temperamento, por objetivo vital, por necesidad… Algunas seguimos repartiendo pedagogía allá por donde vamos porque la alternativa es esperar a que el cambio se produzca solo. Y sabemos que eso no va a pasar.
Los sistemas están estructurados para mantener los privilegios de unos sobre los otros.
El patriarcado es algo más que una palabra de moda. Es una estructura de poder que tiene a las mujeres debajo de los hombres.
Da igual cuántas mujeres conozcas que viven «bien», que ganan dinero y tienen buenos trabajos. Ser mujer nos coloca en posiciones de discriminación lo veamos o no.

PATERNALISMO

Ilustración de @Perezfecto

Hace unos días reposteaba  una viñeta  de @Perezfecto en la que una mujer le dice a un hombre (presumiblemente su pareja):

«Contigo no se puede dialogar, solo sabes dar soluciones».
Comenté sobre la realidad de esas palabras, de personas que cuando conversan solo saben arreglar los problemas del otro.
Aunque no es un regla fija, lo cierto es que es un perfil que se da mayoritariamente en los hombres hacia las mujeres.
Todas las mujeres que comentaron esa publicación en mis diferentes redes comentaban haberse sentido así a menudo. Sólo un hombre comentó lo cierto de esas palabras. Otro entró a «disculpar» que esa forma de hacer las cosas es «ayudar», «compañerismo lo llamó él.
Cuando yo le dije que lo que él llama «compañerismo» es «paternalismo», no estuvo de acuerdo.
Porque el paternalismo, como el machismo, no se detecta desde dentro.
Hay que preguntarle al otro ( en este caso a la otra) si se siente infantilizada cuando buscando escucha o desahogo y comprensión se reciben consejos y juicios.
El paternalismo se llama así por algo. Se construye sobre la idea de que hay un perfil que tiene autoridad y es responsable sobre el otro. En la antigua Roma era el Pater Familia, hoy en día es cualquiera cuando se relaciona con una mujer ( si es madre, más).

ARMAS DE MUJER

Las mujeres estamos cansadas de tener que explicar a los hombres de nuestro entorno que no les queremos como salvadores ( clara referencia a todos los cuentos de hadas en las que nos liberan de peligros) ni como solucionadores.
Las mujeres llevamos toda la historia humana solucionando nuestros problemas, como buenamente podemos,  con la mierda de pocas herramientas que este sistema nos deja.
Hemos sobrevivido a desprecios, insultos, violaciones, quemas de brujas, eliminación de derechos, robos, apropiaciones culturales e intelectuales, corrientes de pensamiento misóginas.
La Historia de la Humanidad es la historia de la misoginia.
Y hemos sobrevivido. Casi siempre contando con el apoyo de nuestras iguales.
Por eso las mujeres hemos hecho círculos siempre. Sea alrededor del fuego, mientras se molía el grano o lavaba la ropa en el río.   En los pocos espacios en los que se nos permitía ser libres( de expresión al menos,) entre otras mujeres, las mujeres hablaban, se desahogaban, se reconocían, se apoyaban y se sostenían. 
Porque la raíz del término empatía es  “empátheia que significa “emocionado”. La empatía es «la intención de comprender los sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo». Y sin duda quien mejor empatiza con tus emociones es quien las ha vivido. Por eso muchas mujeres hablamos un lenguaje común, el verbal y el no verbal. Por eso para una mujer, por muy desconocida que sea, le resulta fácil «leer» las emociones de otra y saber o sospechar qué necesita.  Ella , seguramente, habrá experimentado algo similar en algún otro momento o proceso.
Cuando alguien intenta darnos la solución lo que sentimos no es agradecimiento. Las primeras veces lo aceptamos porque es la reacción habitual del grupo de arriba y nosotras sabemos que «nuestro sitio a sus ojos es el grupo de abajo». Poco a poco, si hay confianza o hartazgo, expresamos que así no, que eso no es lo que necesitamos.
Ahora depende del otro escuchar y no solo oír, responder a lo que pedimos y no a lo que él quiera dar.
Es comprensible que el piloto automático salte,  ya que  a los varones se les educa para hacer cosas, conseguir cosas, y reparar cosas,  y les siga impulsando a vernos como un terreno en el que actuar, un reto que afrontar o algo que arreglar.
Pero no lo somos.

CONFÍO EN TI HASTA PARA DEJAR QUE TE EQUIVOQUES

Cuando trabajaba con familias de niños pequeños frecuentemente tocaba hablar de la autonomía del bebé/niñ@ y de su desarrollo psicoafectivo y motor. Cuando un bebé empieza la etapa del gateo y el movimiento autónomo, es normal sentir miedo y preocupación por su seguridad.
¿En qué casa no entran los parques cuna, los suelos de goma eva y las puertas para cerrar acceso a escaleras?
El desafío es que los padres y madres comprendamos que los bebés tienen una altísima capacidad de adaptarse al entorno en el que crecen. Los bebés exploran y ,cuando no son coartados, van aprendiendo sus límites físicos y entrenando sus capacidades.  Por supuesto intentaremos que sea un entorno seguro, pero no permitirle el movimiento, la exploración, el descubrimiento, por miedo a una caída es hacerle menos apto, no más.
Cuando un bebé que empieza a levantarse y caminar se siente inseguro, volverá al suelo y lo volverá a intentar otra vez. Si para evitarle esas caídas les llevamos de la. mano o en volandas, evitaremos la caída, sí, pero también el aprendizaje asociado. Al final el amor también se demuestra con la confianza. Confianza en que sus caídas, sus errores, son parte del aprendizaje.
Las mujeres no somos bebés en desarrollo. Somos como colectivo más fuerte de lo que nosotras mismas imaginamos. Hemos sobrevivido al odio visceral del poder durante siglos. Seguimos sobreviviendo, incluso destacando, en un sistema hecho a la medida del hombre ( y me refiero al hombre varón, no al hombre como representante de la especie humana). Nuestra cultura, nuestra medicina, nuestro sistema económico, la explotación de los recursos, la crianza,  todos los sistemas son androcéntricos y aquí seguimos. A pesar del desgaste que eso nos provoca.
Así que en casa, al menos, queremos paz, queremos respeto, queremos libertad.
Queremos seguir educando a las futuras generaciones, pero hacia abajo.
No nos pidáis seguir educando hacia arriba. Sois mayorcitos: aprended solos.
Si queréis, hasta que desarrolléis toda la empatía que necesitamos,  podéis aprenderos esta frase:
¿Qué puedo hacer por ti para que estés mejor?
Qué piensan de verdad los políticos de las madres

Qué piensan de verdad los políticos de las madres

Las campañas electorales se están convirtiendo en una especie de suero de la verdad de nuestra clase política.
LAs madres llevamos años reclamando tener voz  en política, que se escuchen nuestras reivindicaciones de primera mano y que se tengan en cuenta. Voto ya tenemos, pero cuando no hay ninguna opción que te represente, al final tu voto no vale tanto como debería.
LAs pasadas elecciones generales muchas mujeres nos hemos sentido huérfanas. Se ha votado más con el miedo que con la esperanza. Muchas decidimos votar en oposición más que votar a favor, como dijo muy acertada como siempre mi amiga Irene García: «votamos en defensa propia».

Independientemente de vuestra ideología, si sois madres de ese grupo invisible para los medios que, como yo, decidisteis que maternar también es un derecho que queríais ejercer sin renunciar o delegar en terceros,  habréis sentido la indefensión de saber que fuera cual fuera vuestro voto, ninguno iba a apoyaros en esa decisión.

Llevamos años reclamando un permiso de maternidad de mínimo 6 meses. Reclamación que responde primero al derecho del bebé y,  evidentemente, también al de la madre, que, no olvidemos, es la que gesta, pare y amamanta por mucho que a la PPINA no le guste. Resulta que no era posible, no había fondos, hasta que aparecieron de vete a saber donde para incrementar la baja del padre.

¿Estamos en contra de que se aumente la baja del padre?

Por supuesto que no, pero no es justo ni moral ni biológica ni fisiológicamente ampliar un derecho cuando los otros 2 protagonistas que van delante, aun no tienen garantizados los mínimos.

-Porque el bebé tiene derecho a ser nutrido por su madre sin restricción de tiempo al menos hasta que este sea capaz de tomar otros alimentos  y ser cuidado por extraños sin interferir en su relación  de apego seguro con su cuidador principal: su madre.

-Porque la persona que ha gestado y parido necesita un tiempo   de adaptación física, emocional y social  muy superior a las 16 semanas. Creer que este periodo es «repartible con el padre» es ningunear el propio proceso biológico y mental del proceso de la gestación y el parto.

-Porque no siempre hay «padre» y esa es una realidad que se obvia demasiado a menudo. LA mayoría de las familias monoparentales de nuestro país, son monomarentales, pero hasta en el lenguaje tergiversamos la realidad.

-Porque «cuidar a l@s hij@s» no es una especie de servicio civil obligatorio, como oímos a algunos padres durante su permiso de paternidad. EL cuidado es, a ojos de la mayoría de la clase política, una especie de impuesto a pagar que no nos gusta y buscamos fórmulas para evadir o repartir y tocar a menos. No se trata de cambiar pañales  señores y señoras políticos, a ver cuándo lo van a entender.

-Porque si al final lo hacen, tampoco merecen medallas como si fueran héroes. Ser un padrazo es directamente proporcional a ser una mala madre y hacer campaña con la responsabilidad de los progenitores con el cuidado  de sus hij@s es moralmente deleznable.

-EL cuidado es la base de la reproducción y supervivencia de los mamíferos, especialmente de los humanos cuyo tiempo de desarrollo especialmente largo. Los primeros años de vida del bebé son un periodo especialmente sensible que requieren algo más que ingerir cualquier alimento que permita no morir de inanición, estar limpio y a resguardo.

-Nuestros bebés tienen derecho al cuidado óptimo y este es el que provee su madre cuando esta está dispuesta a hacerlo sin sentir que pierde derechos, poder adquisitivo o calidad de vida.

-Anunciar como medida permisos iguales e intransferibles para este primer periodo sensible del bebé es no entender nada de nada.

-Prometer guarderías de 0 a 3 años es reírse de las necesidades de los bebés y sus madres.

-Ensalzar a mujeres que a la semana de parir ya están «emprendiendo por el mundo» es un insulto a  las madres. Refleja una supina ignorancia de lo que supone el hecho maternal, de las necesidades del binomio madre-bebé, de las profundas repercusiones que todo lo que se hace o no se hace en este periodo de tiempo.

 

-Es un insulto especialmente a esas mujeres con empleos precarios a los que no quieren «volver» pero tienen que hacerlo porque su subsistencia depende de ello.   A Isabel Díaz Ayuso el derecho de tener 16 semanas tras el parto le parece que es de «víctimas de izquierda». Me gustaría verla a ella siendo camarera de pisos en un hotel, volviendo a hacer 20 habitaciones y 5 salidas más los pasillos de las zonas comunes a la semana de parir.  Cargando fardos de ropa sucia y empujando carros llenos de toallas y sábanas más los productos de limpieza.  Retorciendo cientos de veces la fregona que limpie los suelos que pisan esas que van al hotel a descansar, mientras su útero se retuerce también con los entuertos propios del posparto y sus pechos se hinchan por estar 10 horas sin amamantar a un bebé que vete a saber con quién estará. A ver lo que le duraba  a Isabel Díaz Ayuso su ideología de derechas de «menospreciar los derechos de las trabajadoras» en esas circunstancias.

-Es un insulto a esas mujeres que sufren depresiones post parto, la mayoría de veces  no diagnosticadas, porque ya se sabe que las mujeres somos tan emocionales que nuestros síntomas graves se confunden con  nuestro día día. Todo el mundo sabe que la depresión pos parto se cura dejando al bebé y volviendo al curro, claro que sí.

-Es un insulto a las emprendedoras que luchamos cada día por levantar negocios que nos permitan vivir y hacer eso que la sociedad nos prometió falsamente: conciliar. Que muchas hayamos tenido que buscar fórmulas que nos permitan emprender porque no teníamos otra alternativa válida no es excusa para imponerlo  a las demás.  Algunas somos privilegiadas porque nuestro emprendimiento pudimos sacarlo adelante con un bebé a la teta, pero ESO ES UN PRIVILEGIO que no todas tienen señora Isabel Díaz Ayuso.  Al parecer usted solo conoce emprendedoras PREMIUM, que pueden permitirse emprender por el mundo a la semana de dar a luz. No creo que hable de la peluquera del barrio, esa que trabaja 10 horas diarias de pie o de la que trabaja en una tahona y se levanta las 3 de la mañana a hacer pan, aparte de la jornada de venta al público, o de la que monta un restaurante y prácticamente vive a allí para sacarlo adelante.   Esas emprendedoras, aunque quisieran, que ya le digo yo que por mucho que les guste su trabajo no quieren volver a la semana de parir,  no pueden emprender con sus bebés de 7 días.

EN definitiva, que cada vez que ustedes hablan de mujeres dan vergüenza, cada vez que hablan de política referida a las familias dan asco. Mucho asco.

Borja Sémper, candidato del PP a la alcaldía de Donostia:

Así que no hablen por mí ni por la mayoría de las madres que conozco. Madres que cada día, intentan satisfacer las necesidades de los suyos, casi siempre a costa de ellas mismas, de su poder adquisitivo, de su calidad de vida. Y créanme, ese espíritu de «sacrificio» no es para alabarlo. De hecho nos repatea que en  mayo aparezcan campañas de marketing reforzando ese estereotipo con si fuera una virtud a mantener. No queremos que nos alaben estar siempre a disposición de todos sin que se nos tenga en cuenta ni se nos escuche,

Queremos RESPETO, queremos poder ejercer nuestros DERECHOS, todos, queremos IGUALDAD en lo que somos iguales y EQUIDAD para contemplar nuestras diferencias en justicia.
A ver si se enteran ustedes de una vez.

_____
Otros artículos relacionados

El chico alto, rubio y guapo que vivía bajo el puente

El chico alto, rubio y guapo que vivía bajo el puente

Parecía un personaje de cualquier serie de vikingos. Podría haber sido modelo. Rubio, alto, con una barba que a a pesar del evidente descuido no ocultaba lo atractivo que había debajo. Envuelto en ropa sucia, no de esa suciedad honorable que tienen los héroes, sino con la suciedad que invisibilizamos.
En medio de un grupo cada vez más grande de gente, de niños, niñas y jóvenes con sus familias, de alguna que otra exhibición de cochazos con la excusa del deporte infantil. Envueltos por una música que, muy mal escogida, como a propósito para hacer juego, como todo, por contraste ese día, no paraba de recordarnos que vivimos en plena era del culto, no ya al cuerpo, sino a la ostentación.

En medio de todo ese ir y venir de gente por un barranco polvoriento, como en un western,  él parecía un fantasma. No por terrorífico, sino por Invisible.

Caminaba con la mirada baja y perdida como quien se ha acostumbrado a no ser visto a pesar de su altura y a pesar de desentonar  con la imagen grupal. La primera vez que le vi pasar frente a mí intenté mirarle a los ojos y no encontré su mirada. Pasó rápido como quien sabe que molesta con su sola presencia.

Le seguí con la mirada hasta que paró en su destino, una especie de silla vieja y un montón de lo que, para nosotros, sería basura, que parecía ser su lugar. Porque llamarlo “casa” me parece un vegonzoso eufemismo. Un rincón inhóspito con la única bondad de tener un techo. El puente.

Sentí angustia y pensé en todas las veces que en mi vida había oído la expresión “vivir bajo un puente”. Una frase que siendo niña y adolescente igual se usaba como metáfora de aquellos que tienen un desafortunado destino ( merecido según sea de moralizante el discurso)  o como amenaza  ( horriblemente literal par la mente de los niños y jóvenes) si no aprovechábamos nuestras oportunidades.

“Vivir bajo un puente”

Me pareció escuchar la voz de mi padre pronunciando esas palabras que, en su caso, eran totalmente absurdas por carecer de autoridad moral para dar cualquier lección de vida a sus hijos. En cualquier caso la imagen del puente como único refugio se hizo realidad viendo a ese joven allí.

Yo estaba allí, con mis hijos, agradeciendo ser de ese grupo de personas que nos hemos creído que somos clase media porque los fines de semana vamos en nuestro coche a que nuestros hijos e hijas compitan con otros niñas y niñas por un minuto de gloria y una medalla de latón cuya insignia es tan cutre que se despega antes de llegar a casa.
Pero ahí estamos, riendo, animando, aplaudiendo, a veces incluso siendo unos totales impresentables cuando animamos a nuestros hijos e hijas a machacar al resto.

Y en ese contexto, el joven vikingo cuyo hogar es el puente, ese al que ni miramos, nos valida automáticamente en la cúspide de la pirámide. Porque nosotros tenemos una casa y un trabajo. ¡Nosotros no vivimos bajo un puente! ¡Nosotros demostramos que no somos unos fracasados!

Porque en este mundo nuestro o, más bien, en este aquí y ahora de este mundo nuestro el éxito es ese: no vivir bajo un puente. Aunque nuestra hipoteca nos obligue a dedicar nuestra vida a quien quiera que sea nuestro amo, quitándonos el tiempo de lo que es de verdad vivir, Aunque nuestro cochazo sea solo una forma de disimular con el valor de lo exterior lo pobres que somos por dentro. Aunque nuestras creencias más profundas sean más asquerosas que la ropa sucia que evitamos mirar. Da igual, porque nosotros no acabamos bajo un puente.

No pude evitar preguntarme qué, por qué, cómo… Quería saber cómo había acabado un chico joven, alto y guapo ( y no, esto no es una frivolidad, a los guapos les va mejor en la vida y si no lo creen piensen en la imagen habitual de los sin techo …) bajo aquel puente.
Quería acercarme y hablar con él, decirle :
-“Hola, no eres invisible, te veo. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?”

Entonces pensé en qué derecho tengo yo a irrumpir en la vida de alguien solo porque yo creo que está en una posición desfavorecida. Me escuché a mí misma hablando de estererotipos, de paternalismo, de capacitismo, de la cara oculta del voluntariado que demasiadas veces usa el sujeto que recibe la ayuda como excusa para alimentar el propio ego.

Pensé si cabría la posibilidad de que ese joven alto, guapo y rubio estuviera exactamente donde quisiera estar. ¿Es eso posible? ¿De verdad alguien podría escoger aislarse, invisibilizarse, desdibujarse?
No tengo la respuesta. La historia de ese joven solo la sabe él. Y quizás pequé por defecto.

Pasó delante de mí un par de veces más con unas bebidas en las manos. Cada vez la misma búsqueda infructuosa de sus ojos. Cada vez su paso ligero, decidido y casi flotante sin reparar en lo que le rodeaba.
Me pregunté si nosotros nos habríamos vuelto también invisibles a sus ojos. Si éramos como una especie de cuerpos que vibraban en una frecuencia inaudible para él, del mismo modo que él para el resto de los que estábamos allí.

Mi hija y otras niñas de su edad jugaban cerca de la zona donde él estaba. Otros niños y niños pasaban cerca con sus bicis o correteando y me resultó curioso que durante el rato que yo observaba ninguno de ellos se acercase a él. Quise recordarme a mí misma siendo niña y acercándome a hablar con todo lo que me parecía interesante o sencillamente diferente. Recuerdo la primera vez que vi un negro y un “enano”. Recuerdo mi reacción exagerada y cómo mi madre avergonzada me cogía de la mano para alejarme y decirme que a la gente no se la señalaba. Y allí ninguno de los niños y niñas vio nada interesante ni diferente.Quizás es que se ha vuelto todo común, incluso la miseria. No lo sé.

Sé que estuve mal mucho rato. Posiblemente una mezcla entre tristeza, compasión y vergüenza. Quizás mi propia reacción en sí misma sea la prueba de mi propio clasismo.
No sé si había una buena y una mala reacción. Como suelo decir en mis cursos, casi siempre importa más la motivación que la acción. Y la reacción que la acción. Podría haber reaccionado de otro modo. Podría haber “hecho” algo más que observar y pensar. El caso es que no hice nada.

No hice nada salvo hablar con mi hijo de ello. Le hablé del chico que vivía bajo el puente y de lo invisible que se vuelven a veces las personas. Y me dijo que él sí lo había visto y lo había mirado. Que se preguntó por qué estaría allí.
Y en mi soberbia comodidad de mujer de clase media, con un coche de gama media e hipoteca, que lleva a sus hijos a unas competiciones con las que está profundamente en desacuerdo sentí el hipócrita alivio de pensar que algo estaba haciendo bien.

Pero en el fondo, cuando toca rendir cuentas  a una misma sin máscaras, llevo varios días pensando en si el chico rubio, alto y guapo que vive bajo el puente estará bien. Si él preferiría estar en otro lugar. Pensé en que esa podría ser mi historia cuando, con 19 años, me fui de mi casa sin trabajo y con muy poco dinero en el bolsillo.
Quizás la única diferencia que hizo que yo no acabara viviendo bajo un puente, como tantas veces vaticinaba mi padre, fue que yo tuve suerte. No el tipo de suerte capacitista que tanto oigo y tanto asco me da. Tuve suerte porque siempre tuve personas con quien contar.

Hoy, que sigo recibiendo tanto de tanta gente que quiero y me quiere, el chico alto, rubio y guapo que vive bajo el puente me obliga a ser aún más agradecida.
¡Gracias a las personas de mi vida!

PD. Y no, no era alcohol.

 

Por si muero

Por si muero

Vivo en una isla lo que supone viajar bastante en avión.

Tengo una costumbre, algo macabra para algun@s, que es despedirme con la frase «por si se cae el avión que sepas que….»

La mayoría de la gente encuentra de mal gusto mencionar a la muerte o la posibilidad de tener un accidente mortal. Si me paro a pensarlo es normal, no queremos pensar que nos pueda pasar, precisamente porque sabemos que nos puede pasar.

Morirse es facilísimo. De hecho dice el refrán que «para morirse solo hay que estar vivo», por eso todos los vivos intentamos no pensarlo demasiado para no amargarnos la existencia. Lo cierto es que yo pienso bastante en la muerte porque la muerte me ha visitado de cerca y se ha convertido en una especie de enemigo íntimo.

La muerte me ha dado lecciones de vida, de esas que te hacen replantearte muchas cosas.

Se me murió mi segundo bebé y perdí de golpe mi inocencia. Aprendí a ver la cara B de la parte más bonita de la vida.

Se murió mi madre de repente y me di cuenta que los «mañana hablamos» a veces no son posibles. Que se nos quedan pendientes conversaciones porque vivimos creyendo que somos, si no inmortales, sí longevos, pero no siempre es así.

La muerte no siempre avisa. Vivir es estar permanentemente en riesgo de morir y no somos conscientes. Y está bien que sea así. Pero no tanto.

Ser consciente de que te puedes morir es un gran aliciente para vivir, aunque parezca contradictorio. Es un filtro perfecto para saber qué es lo esencial y qué es superfluo, qué es prioritario, y qué no lo es. Es un examen implacable para saber qué cosas gestionas desde el amor o desde el miedo. Te enfrenta a tu ego como nada más. Con esa dosis brutal de verdad que solo dan los duelos, porque en ellos estás sola con tu dolor, y en el dolor no hay máscaras que sirvan.

Cuando me siento el en avión, los últimos mensajes que mando antes de poner el «modo avión» me dicen quiénes son las personas de mi vida. Es un poco macabro sí, pero por unos segundos me imagino que muero estrellada y que mis últimas palabras fueron «Te Quiero».

Lástima que a veces tengamos que pensar en la muerte para decirlas. Ojalá la vida fuera igual de motivadora para vencer vergüenzas, orgullo y miedo y quedarnos con lo esencial, lo que realmente importa.

Nohemí Hervada

Post publicado originalmente en Facebook

Si te gustó la película Passengers quizás deberías leer esto

Si te gustó la película Passengers quizás deberías leer esto

Hollywood sabe que la mayoría llevamos un romántico dentro deseando salir a celebrar los finales felices. Bueno, lo sabe Hollywood y cualquiera que quiera vendernos algo, por eso estamos inundados de mensajes idealizando la pareja como el súmmum de nuestras aspiraciones.

Y por eso crecemos con nuestro detector de violencia, machismo y toxicidad totalmente desajustado. Algo natural cuando, desde niñas, nuestros modelos son princesas ñoñas cuya única meta en la vida es ser lo suficientemente bellas para que algún príncipe las encuentre atractivas hasta el punto de besarlas incluso muertas o inconscientes. Hecho que, por otra parte, es caldo de cultivo para la cultura de la violación en la que vivimos: ” veo una mujer inconsciente y puedo besarla sin tener que molestarme en saber si ella querría o no”.

En ese marco de cultura que disfraza de amor el acoso, nos vemos viendo películas como “Crepúsculo” y similares, o tarareando canciones donde las mujeres no son sino herramientas para el placer de un machito bronceado y con barbita cuidadamente descuidada que se mueve como concediéndonos el inmenso placer de compartir planeta con las simples mortales que le rodean (véase Maluma o similares, porque parece que los fabrican con moldes).

Y aquí una, que se lleva trabajando unos añitos esto de ver más allá del “chico guapo y valiente conquista chica guapa para hacerla feliz ( o “hacerla mujer” que diría mi ídolo de infancia Miguel Gallardo)” va por la vida con el radar anti relaciones tóxicas tan a punto que rara vez disfruta de una canción, novela o película taquillera.

Tras este preámbulo necesario os cuento que vi “Passenger” hace unos días y según iba avanzando la película me iba subiendo más la mala leche.

Si no la has visto, no sigas leyendo porque la voy a spoilear a gusto.

Resulta que un grupo de miles de humanos hacen un viaje interestelar de casi 100 años de duración hacia otro planeta, así que viajan en estado de hibernación para ser despertados al llegar y disfrutar de una vida al más puro estilo Tierra Prometida.

Durante el viaje un meteorito choca contra la nave y destroza una de las cápsulas, lo que hace que uno de los pasajeros despierte antes de tiempo. La trama de la historia es que tiene que escoger entre seguir el viaje despierto, SOLO, sabiendo que morirá de viejo antes de que el viaje acabe o decidir despertar a alguien más para compartir su “destino”.

Por supuesto, el pobre chaval ( y guapo, porque a los guapos les perdonamos todo más fácilmente, ya sabéis, el efecto halo. Y si no que se lo digan al Sr. Grey… a quien le quitas el dinero y la guapura y estaría detenido por acoso en el segundo capítulo), pues como te iba contando, nuestro apuesto protagonista intenta por todos sus medios ser buen chico y no cargar a los demás con su mierda de suerte. Todo esto puntúa, claro. No vayamos a pensar que es un egoísta sin más. Él lo intenta.

Intenta arreglar su cápsula y al comprobar que no es posible, intenta aprender a vivir solo en una nave sin más compañía que un barman androide ( que como diría Angel Sanchidrián es el que le da calidad a la película).

La no soledad no va de estar acompañado de un colega, sino de tener la novia que tú escojas aunque ella no quiera.

Por supuesto, aparece la chica. Porque la no soledad no va de estar acompañado de un colega, sino de tener novia. El caso es que la ve, le gusta y se pone a averiguar más sobre ella. Tras ver sus videos de presentación para el proyecto este de repoblación cósmica, se obsesiona con ella.

¡Ay no, perdón, se enamora! que es la forma de explicar que alguien vea tu cara y tu cuerpo, te oiga hablar a una cámara y crea que eres la persona de su vida hasta tal punto que pase por encima de tus deseos y derechos para que te conviertas en la herramienta para cumplir los suyos.

Estaba yo viendo cómo se desenvolvía la película y no podía dejar de pensar en la gestación subrogada. Porque el mensaje ese de : “quiero ser madre/padre y como no puedo por (llámalo X) tengo derecho a buscar la forma de serlo por todos los medios a mi alcance, sea saltarme las leyes, sea utilizando a los demás, sea pisoteando sus derechos”. Porque todo el mundo sabe que los deseos de algunos están por encima de los derechos de otros ¿no?

Pero como Hollywood hace muy bien su trabajo de moldear la conciencia colectiva, al final resulta que el guapito despierta a la chica y, por supuesto, no es sincero. Porque empezar una relación con la única persona a la que vas a ver durante el resto de tu vida, la única con la que tienes posibilidades de algo, diciéndole que la has condenado a cadena perpetua en una nave espacial, privándole de su futuro, porque consideras que tus deseos están por encima de sus derechos no es una buena táctica de seducción. Así que le cuentas una milonga sabiendo que muy mal se te tiene que dar para no acabar enrollándote con ella ( no hay competencia chaval y eres guapo y estás cachas).

La moralina vomitiva de la película llega tras el lógico desenlace, cuando la chavala se entera de la verdad ( bendito androide sin conciencia) y se cabrea muchísimo, con todo el derecho del mundo. Le dice que se vaya a la mierda… ah no, que en la mierda ya están… él por accidente y ella por la voluntad de él, bueno, pues le dice que viva su mierda sin ella.

Pero ninguna película que se precie acabaría castigando al guapo y dejando a la guapa cabreada y sola. Porque en el fondo todos sabemos que mejor estar acompañadas de un guapo egoísta e infantil que estar solas con nuestra razón y dignidad. Así que al final el amor triunfa.

Viven su vida solos en su nave espacial, se fabrican un huertecito cual Adán y Eva y mueren en la nave dejando un mensaje de amor eterno: “El fin justifica los medios”

Y en esta exaltación de síndrome de Estocolmo hecha película, soltamos la lagrimita pensando en que hemos visto otra película con final feliz.

¿ O no?