Las profesionales también lloran

Las profesionales también lloran

¿Has llorado alguna vez en una reunión profesional?

¿Por nervios, rabia o frustración?

¿Has sentido que eso le restaba fuerza a tu posición?

 

 

Empezaré diciéndote que es habitual tanto lo primero como lo segundo.
Y no, llorar no necesariamente implica perder fuerza en una reunión o negociación.
Déjame explicarte por qué tenemos esa percepción y por qué es errónea. 
 
Nuestra cultura ha colocado el llanto en una caja con estas  etiquetas y adjetivos: débil, sentimental, triste, pusilánime, vergonzoso y,  por supuesto, femenino.
Lo cierto es que el que llanto es una acción fisiológica con múltiples funciones. Desde algo tan práctico como limpiar el ojo cuando nos entra algo o se irrita, hasta la demostración externa de  emociones tan dispares como la tristeza, el dolor, la alegría y el placer.
Lloramos por cosas muy diferentes, con intensidades diferentes e implicaciones diferentes.
Las personas desarrollamos habilidades sociales que nos ayudan a «leer» qué significado tiene el llanto en cada caso.
Así  distinguimos cuándo alguien llora de dolor y cuándo de emoción y actuamos en consonancia.

Nadie le dice «lo siento» a quien llora de alegría en la boda de su hij@. Ni decimos «me alegro por ti» a la viuda que llora en un funeral.

No minimices el gran poder social que encierra el hecho de «leer estos comportamientos» porque hay gente con incapacidad ( y/o discapacidad)  para hacerlo y esto mismo les genera muchos problemas.

En general, como te digo, la mayoría interpretamos bien el llanto en estos ámbitos.
Pero ¿qué pasa cuando en un ámbito más profesional, sin películas, anuncios, música ni bodas o entierros, interpretamos mal el llanto propio o el ajeno?

.

 

Hoy te voy a hablar de esos casos en los que trabajando con mujeres temas de liderazgo y negociación me relatan conversaciones y situaciones en las que acabaron llorando, delante de un cliente, un socio, colaborador, proveedor o incluso de un empleado.

 

¿Te ha pasado?
A mí sí.

 

  En mi vida profesional he  llorado en reuniones, he llorado en medio de una discusión, he llorado  escuchando al hablar yo y al escuchar a otras personas.
Y no, eso no debe necesariamente a debilidad.

He llorado de angustia, de impotencia, de rabia y de frustración, del mismo modo que a veces en una clase, he llorado de emoción,  al tocar un tema sensible. He llorado al descubrir la pasividad de la gente y cómo eso afecta a mis derechos o los de los míos. He llorado de angustia ante la mezquindad o la maldad, he llorado para descargar estrés o reequilibrar mi estado emocional y he llorado para descargar la agresividad y no darle rienda suelta que es lo que me ha apetecido de primeras.

Ninguno de esos motivos le ha restado peso a mis argumentos ni credibilidad a mi persona ni a mi desempeño profesional, al menos no a mis ojos.

Sé que hay quien percibe el llanto de las mujeres en esos ambientes como un paso atrás, una derrota o sumisión y esa reacción es una muestra más del desconocimiento de la psique humana.
No voy a negarte que en una negociación la imagen que proyectamos es importante. Trabajar nuestro rango de poder y autoridad es fundamental para nuestro éxito profesional porque éste no se basa solo en lo buenas que seamos en nuestro trabajo sino en cómo de buenas somos percibidas. En ese sentido trabajar la seguridad, la confianza, el aplomo y la gestión emocional es imprescindible para que nuestras competencias brillen.
Si eres alguien que llora en cada reunión, que llora en cada discusión, que llora en cada negociación, mi consejo entonces es que  analices primero los porqués de esa reacción.
Generalmente  cuando una profesional formada reacciona  de este modo de forma habitual no tiene que ver con su formación o preparación, lo que llamamos las hard skills, sino con algún tema de actitud, las soft kills: autoestima, seguridad, confianza, etc. Por eso las profesionales no tenemos que trabajar solo la inteligencia empresarial sino también  la  inteligencia emocional.
A veces ese desborde o esa «incapacidad» para integrar algunas emociones puede venir por cosas como el generalizado miedo a hablar en público, el  miedo a la exposición o al rechazo, una percepción poco realista  de las competencias propias ( el llamado síndrome de la impostora) o incluso alguna situación médica o personal como una depresión o un duelo.

 

 

Si esa reacción ocurre de forma puntual ten en cuenta lo siguiente:

 

  • Es perfectamente normal.
  • No cambia quién eres.
  • No reduce tu valor profesional.
  • Es un mecanismo de liberación de estrés.
  • No «luches» contra él, tu cuerpo recupera el equilibrio mediante el llanto del mismo modo que subir la temperatura ayuda a luchar contra una infección.
  • No estás ofendiendo a nadie.
  • No te disculpes por llorar. NUNCA.
  • Recuérdate a ti misma que todas las personas lloran.
  • Llorar no reduce tu rango de poder a no ser que tú creas que lo reduce.
  • Las mujeres hemos conseguido la mayoría de nuestros derechos entre lágrimas, sudor y sangre, no sonriendo.

Sé que no es fácil decirnos mensajes positivos y mucho menos en situaciones que percibimos de debilidad por eso:

  • Aprovecha cada oportunidad para reforzar tu poder, tu autoridad y tu autoestima.

  • Aprende técnicas de negociación que te aporten seguridad.

  • Rodétate de mujeres referentes en tu sector y en otros y esfuérzate por conocerlas en el plano personal si es posible.

  • Comprueba a título personal que  el concepto de «fuerza» y «fortaleza» puede alcanzar otras dimensiones que van más allá de «ser fría, distante e impasible».

  • Aprende de tus errores sin culparte por ellos.

  • Recuerda que mostrarse vulnerable no es señal de debilidad sino de honestidad y humildad.

  • Celebra tus triunfos.

 

Y sobre todo:

«NO DEJES QUE NADIE TE HAGA SENTIR MENOS DE LO QUE ERES»

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Cómo ser profesional sin dejar de ser femenina

Cómo ser profesional sin dejar de ser femenina

Hubo un tiempo en que las mujeres de éxito en el mundo de los negocios, o de otros ámbitos de influencia  eran de todo menos femeninas.
El look Margaret Thatcher, marcó a una generación de mujeres con la idea de que para tener responsabilidad había que imitar las características masculinas.
Todos reconocemos aún ese «estilo» en algunas mujeres con gran influencia política o económica.
Del propio sector de las mujeres que luchaban por la igualdad también se apreciaba a veces  un alejamiento voluntario de la imagen de mujer femenina.

antes y después de algunas políticasEl estereotipo de «las guapas no son listas» sigue vigente para muchas personas aún hoy aunque sí vemos como cada vez más mujeres con puestos de poder e influencia se preocupan por cuidar su imagen y resultar atractivas.
Las mujeres de la política  o los medios de comunicación han cambiado mucho en los últimos 10 o 15 años. No es algo casual. Muchas de estas personas han cambiado tras contratar asesores de imagen y/o estilo.  Esos cambios para resultar más atractivos y atractivas tienen influencia en cómo son vistos, y en consecuencia en la confianza que la gente deposita en ellos.  Es lo que se llama El efecto Halo.

La Belleza no es una frivolidad

Ahora sabemos que la belleza no es algo frívolo. El ser humano está diseñado para apreciar la belleza y para buscarla y querer rodearse de ella.

Al parecer nuestros antepasados sabían que la belleza era sinónimo de salud y la fealdad era síntoma de algún problema o enfermedad por lo que biológicamente buscamos rasgos armónicos que nos garantizan en mayor medida la posibilidad de tener descendencia. (Recordemos que biológicamente nuestro papel en la vida es reproducirnos). Os recomiendo ver el programa La Ciencia de la Belleza si queréis ahondar en este tema.

En este contexto, las mujeres sobre todo, nos vemos sometidas a corrientes a veces contradictorias. Por un lado el estereotipo que dice que preocuparse de la imagen revela poca profesionalidad, como si lo realmente importante de una persona fuera solo el interior, y por otro lado saber que nuestro interior se ve condicionado por nuestro exterior y viceversa.

Una persona que se gusta a sí misma se siente más segura y por tanto suelo tener más éxito en lo que afronta, y por el contrario, una persona que no se gusta a sí misma o con una imagen descuidada proyecta una imagen de inseguridad que  le afecta en su propia capacidad y que actúa como repelente para los demás. 

Nadie en su sano juicio desatendería un campo de actuación que tiene tantísima influencia en su vida y en sus relaciones con los demás. A veces negarse a prestar atención a la propia imagen solo esconde prejuicios y/o inseguridades propias.

Haríamos bien en preguntarnos:

¿Me preocupo por la apariencia de mi hogar?
¿Me preocupo por adornar el lugar donde trabajo y hacerlo acogedor?
¿Me gusta que mi familia vaya bien arreglada?
¿Y yo?
?Merezco yo menos atención que mi casa o mi oficina?

El primer paso para vencer un prejuicio es reconocerlo y el segundo resolverse a cambiar.

Tenemos que  entender que ser femenina no es algo que tengamos que esconder o negar. Somos femeninas, porque somos mujeres. Aceptar que es parte de nuestra condición, de lo que somos y que es fabuloso.
En cierto sentido somos diosas. Nuestras características de mujer hacen posible la vida, así que en vez de esconder lo que somos o intentar parecernos al otro sexo, sintamos orgullo de nuestra condición.

Cuando nuestra actitud hacia lo que es ser mujer es buena, nuestro lenguaje corporal transmitirá aceptación y seguridad. Todo lo que hagamos tendrá una impronta de verdad, porque no estaremos disimulando lo que somos o intentado aparentar lo que no somos.

 Pero ¿cómo ser profesional y femenina a la vez?

Somos seres sexuales por naturaleza. Eso es una realidad.
Es cierto que gran parte del arreglo puede resultar en acentuar los atributos sexuales.  Y está comprobado que los hombres reaccionan ante la imagen de una mujer guapa de forma distinta a cómo reaccionamos las mujeres ante imágenes de hombres atractivos. Hablando en un lenguaje sencillo: a los hombres les distrae la visión de una mujer atractiva.
Eso explica por qué la mayoría  de guías de consejos para ser una buena profesional recomiendan para el  trabajo ir discreta, no usar ropa demasiado corta o escotes pronunciados, que se prefiera el pelo recogido a las melenas sueltas, zapatos de medio tacón, uñas no demasiado largas y complementos discretos.

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Eso no significa que si eres mujer profesional lo seas menos si optas por no ir con un traje sastre, o llevar la melena suelta. Lo que significa es que a la hora de relacionarte con otros entiendas que la imagen que escoges tendrá un impacto en los demás. De ese modo algunas mujeres en determinados ámbitos, prefieren analizar el modo en el que se arreglan para controlar el impacto que su imagen provoca  y que éste sea positivo y sirva para cumplir los objetivos que se han marcado.

Esto lo hacemos todos consciente o incosncientemente. Si vas a una barbacoa al campo no se te ocurre ir con un traje de noche y tacones. Del mismo modo que si te invitan a una boda no vas  con vaqueros y zapatillas.

Nuestra libertad de vestir y arreglarnos como queramos la limitamos voluntariamente dependiendo de la actividad que vamos a realizar y el ambiente donde la vamos a desenvolver.

Yo que hago talleres con grupos diversos no me arreglo igual si es un grupo de padres en un barrio residencial, en una zona más desfavorecida socialmente, en un ámbito rural o si es entre profesionales médicos. Incluso miro si el taller se va a presentar en una sala con sillas o en el suelo con colchonetas.

No es dejar de ser una misma, es ser inteligente y adaptarse al medio.

Si eres una mujer profesional, mi primer consejo es que te gustes. Y el segundo,  que actúes con inteligencia y que tu imagen, la que escojas en cada momento sirva para añadir valor a tu trabajo, nunca a restárselo.
Sobre colores y tamaños de faldas, tacones y uñas no te voy a hablar, porque estoy convencida que si eres inteligente tú sabrás escoger lo adecuado en cada ocasión. 😉

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