Llámale José o Carlos y aciertas

Llámale José o Carlos y aciertas

Hay días que la vida se me hace «bola».

Por eso hace mucho decidí no ver noticias en la TV, de ese modo en vez de pasarme media hora bombardeada de cosas que me entristecen, enervan o enojan, dejo que sea cualquier algoritmo el que me las filtre y, al menos, las cosas que me entristecen, enervan o enojan son solo las de temas que me preocupan algo más.

Como mi trabajo está enfocado en un alto porcentaje en la situación de las mujeres y la infancia, pues me llegan cositas como esa que veis en la imagen.

Y depende como me pille el día, me río o me entristezco o me dan ganas de salir a quemar contenedores. Y no, no es apología de la violencia, por si a esta generación woke hay que explicarle lo que son recursos literarios… Que, como decía mi amiga Irene, las mujeres somos tan buenas que vamos a una manifestación porque nos están asesinando y recogemos los papeles del suelo… pero ese es otro tema (coméntame si te interesa para otro artículo 😉 ).

El caso es que me pregunto cómo reciben esta noticia los propios hombres. Así que si es tu caso, si eres uno de esos «ejemplares raros» que lees a mujeres y no te sientes ofendido cuando contamos lo que nos pasa ni te aventuras a excusarte antes de que acabemos nuestras frases, te pregunto:

  • -¿Qué sientes al leer esa noticia?
  • -¿No te da por pensar por qué somos tan pocas las que estamos en los pisos de arriba del todo si somos más?
  • -Teniendo en cuenta que hay más mujeres con títulos universitarios, que está demostrado que curramos más, que somos más propensas a acabar lo que los demás no hacen… ¿En serio nunca te has preguntado qué pasa?
  • -¿Alguna vez te has visto cuestionando a las mujeres que tenías por encima de ti en tu jerarquía empresarial o corporativa?
  • -¿No has comentado que «a saber cómo ha llegado ahí»?

 

Y te pregunto:

  • -¿Has cuestionado igual a tus jefes hombres?
  • -¿Te preguntas alguna vez con quién han tenido ellos que» juntarse» – por usar un eufemismo- para llegar donde están?

 

MI Estadística Personal

En mi vida he tenido mayoría de jefes hombres ( ¡qué raro!) y algunos eran rematadamente incompetentes.

Te hablaría de uno que, con mis 18 añitos, me hablaba con un sarcasmo y una superioridad que me asustaba y asqueaba a partes iguales. Que nunca me dio una directriz de cómo hacer mi trabajo pero si no lo hacía bien me ridiculizaba delante de los clientes.

Te contaría de aquel que se inventaba el inglés que hablaba y en vez de reconocer que no era capaz de entender cuando le hablaban nos pasaba las llamadas ( a las chicas) diciendo que estaba ocupado. Este, además de programar reuniones fuera de horario para oírse a sí mismo hablar, se la pasaba comentando que «trabajar con mujeres era muy complicado». ( Creo que la realidad era que para él lo complicado era trabajar).

Te nombraría a uno al que le tuve que escribir fonéticamente cómo se decían las frases más comunes que usábamos en el trabajo en inglés, que acabó siendo mi jefe (¡qué raro!), al que le cubría yo las bajas en festivos, al que le hacía trabajo administrativo, comercial y de RRP que no me correspondía, y fue el máximo responsable de mi baja por mobbing ( y ahí sigue Paquito, con su carguito).

Y puedo contarte el caso de otro que me «fichó» para llevar el liderazgo femenino y empoderamiento en su portafolio de servicios pero pretendía que le dijera que sí a prácticas anti éticas profesionalmente y que le regalara parte de mi trabajo. Por supuesto al decirle «no» ( de primero de empoderamiento) me llevé de premio un ghosting de manual y un «cese» por correo electrónico un domingo noche que fui a mirar tras la notificación de «has sido eliminada de este grupo de WhatsApp». Muy divertido sobre todo teniendo en cuenta que se dedica a enseñar liderazgo y gestión de equipos. ¡Una fantasía total!

Si esto lo hubieran hecho mujeres imaginad los comentarios.

Así que la verdadera igualdad no es sólo que seamos la mitad en todo, sino que podamos serlo incluso siendo tan incompetentes y/o malos jefes como todos estos señores de los que te he hablado.

La verdadera igualdad no es sólo que seamos la mitad en todo, sino que podamos serlo incluso siendo tan incompetentes y/o malos jefes como todos estos señores de los que te he hablado.

De momento lo único bueno de esta historia es que si tienes mala memoria y no recuerdas el nombre de algún CEO o director, ya sabes, llámale José o Carlos y aciertas casi seguro.

Y ahora la pregunta es… ¿Qué vas a hacer con este post?¿Lo compartirás o es «too much truth» ?

Fuente noticia::Hipertextual

Las profesionales también lloran

Las profesionales también lloran

¿Has llorado alguna vez en una reunión profesional?

¿Por nervios, rabia o frustración?

¿Has sentido que eso le restaba fuerza a tu posición?

 

 

Empezaré diciéndote que es habitual tanto lo primero como lo segundo.
Y no, llorar no necesariamente implica perder fuerza en una reunión o negociación.
Déjame explicarte por qué tenemos esa percepción y por qué es errónea. 
 
Nuestra cultura ha colocado el llanto en una caja con estas  etiquetas y adjetivos: débil, sentimental, triste, pusilánime, vergonzoso y,  por supuesto, femenino.
Lo cierto es que el que llanto es una acción fisiológica con múltiples funciones. Desde algo tan práctico como limpiar el ojo cuando nos entra algo o se irrita, hasta la demostración externa de  emociones tan dispares como la tristeza, el dolor, la alegría y el placer.
Lloramos por cosas muy diferentes, con intensidades diferentes e implicaciones diferentes.
Las personas desarrollamos habilidades sociales que nos ayudan a «leer» qué significado tiene el llanto en cada caso.
Así  distinguimos cuándo alguien llora de dolor y cuándo de emoción y actuamos en consonancia.

Nadie le dice «lo siento» a quien llora de alegría en la boda de su hij@. Ni decimos «me alegro por ti» a la viuda que llora en un funeral.

No minimices el gran poder social que encierra el hecho de «leer estos comportamientos» porque hay gente con incapacidad ( y/o discapacidad)  para hacerlo y esto mismo les genera muchos problemas.

En general, como te digo, la mayoría interpretamos bien el llanto en estos ámbitos.
Pero ¿qué pasa cuando en un ámbito más profesional, sin películas, anuncios, música ni bodas o entierros, interpretamos mal el llanto propio o el ajeno?

.

 

Hoy te voy a hablar de esos casos en los que trabajando con mujeres temas de liderazgo y negociación me relatan conversaciones y situaciones en las que acabaron llorando, delante de un cliente, un socio, colaborador, proveedor o incluso de un empleado.

 

¿Te ha pasado?
A mí sí.

 

  En mi vida profesional he  llorado en reuniones, he llorado en medio de una discusión, he llorado  escuchando al hablar yo y al escuchar a otras personas.
Y no, eso no debe necesariamente a debilidad.

He llorado de angustia, de impotencia, de rabia y de frustración, del mismo modo que a veces en una clase, he llorado de emoción,  al tocar un tema sensible. He llorado al descubrir la pasividad de la gente y cómo eso afecta a mis derechos o los de los míos. He llorado de angustia ante la mezquindad o la maldad, he llorado para descargar estrés o reequilibrar mi estado emocional y he llorado para descargar la agresividad y no darle rienda suelta que es lo que me ha apetecido de primeras.

Ninguno de esos motivos le ha restado peso a mis argumentos ni credibilidad a mi persona ni a mi desempeño profesional, al menos no a mis ojos.

Sé que hay quien percibe el llanto de las mujeres en esos ambientes como un paso atrás, una derrota o sumisión y esa reacción es una muestra más del desconocimiento de la psique humana.
No voy a negarte que en una negociación la imagen que proyectamos es importante. Trabajar nuestro rango de poder y autoridad es fundamental para nuestro éxito profesional porque éste no se basa solo en lo buenas que seamos en nuestro trabajo sino en cómo de buenas somos percibidas. En ese sentido trabajar la seguridad, la confianza, el aplomo y la gestión emocional es imprescindible para que nuestras competencias brillen.
Si eres alguien que llora en cada reunión, que llora en cada discusión, que llora en cada negociación, mi consejo entonces es que  analices primero los porqués de esa reacción.
Generalmente  cuando una profesional formada reacciona  de este modo de forma habitual no tiene que ver con su formación o preparación, lo que llamamos las hard skills, sino con algún tema de actitud, las soft kills: autoestima, seguridad, confianza, etc. Por eso las profesionales no tenemos que trabajar solo la inteligencia empresarial sino también  la  inteligencia emocional.
A veces ese desborde o esa «incapacidad» para integrar algunas emociones puede venir por cosas como el generalizado miedo a hablar en público, el  miedo a la exposición o al rechazo, una percepción poco realista  de las competencias propias ( el llamado síndrome de la impostora) o incluso alguna situación médica o personal como una depresión o un duelo.

 

 

Si esa reacción ocurre de forma puntual ten en cuenta lo siguiente:

 

  • Es perfectamente normal.
  • No cambia quién eres.
  • No reduce tu valor profesional.
  • Es un mecanismo de liberación de estrés.
  • No «luches» contra él, tu cuerpo recupera el equilibrio mediante el llanto del mismo modo que subir la temperatura ayuda a luchar contra una infección.
  • No estás ofendiendo a nadie.
  • No te disculpes por llorar. NUNCA.
  • Recuérdate a ti misma que todas las personas lloran.
  • Llorar no reduce tu rango de poder a no ser que tú creas que lo reduce.
  • Las mujeres hemos conseguido la mayoría de nuestros derechos entre lágrimas, sudor y sangre, no sonriendo.

Sé que no es fácil decirnos mensajes positivos y mucho menos en situaciones que percibimos de debilidad por eso:

  • Aprovecha cada oportunidad para reforzar tu poder, tu autoridad y tu autoestima.

  • Aprende técnicas de negociación que te aporten seguridad.

  • Rodétate de mujeres referentes en tu sector y en otros y esfuérzate por conocerlas en el plano personal si es posible.

  • Comprueba a título personal que  el concepto de «fuerza» y «fortaleza» puede alcanzar otras dimensiones que van más allá de «ser fría, distante e impasible».

  • Aprende de tus errores sin culparte por ellos.

  • Recuerda que mostrarse vulnerable no es señal de debilidad sino de honestidad y humildad.

  • Celebra tus triunfos.

 

Y sobre todo:

«NO DEJES QUE NADIE TE HAGA SENTIR MENOS DE LO QUE ERES»

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