Y desde entonces hasta hoy, hemos adoptado la creencia de que el sacrificio es la mejor forma de ganarse el sustento o, al menos, la moralmente de más valor a nuestros ojos.
El dinero fácil no es honrado
Esa es una frase que todos hemos oído y asumido como cierta, seguramente porque las creencias, aunque no sean propias ni fundamentadas, nos ayudan a pretender poner orden mental en el caos que es la vida y sus infinitas posibilidades.
Así, para la mayoría de los que vivimos por un sueldo casi siempre menor del que necesitamos y/o merecemos, la creencia de que si no vivimos mejor es porque somos muy buenas personas y no hemos caído en la trampa de vender nuestra honestidad por dinero, nos da la superioridad moral necesaria para compensar nuestro inferior valor ( en todas las acepciones de la palabra).
Porque en el fondo la idea detrás de todas estas creencias es una: el dinero es malo. Y a partir de ahí todas las relacionadas:
El dinero es el culpable de todo el mal del mundo
Debemos conformarnos con tener lo justo para vivir de una manera digna ( o sea, tirando hacia abajo)
Las cosas buenas de verdad no se hacen por dinero
La gente que cobra por su trabajo no es tan libre como quien no lo hace
El trabajo que de verdad es importante se hace por motivaciones altruistas
Las mujeres que cobran por un trabajo que no exige el nivel de sacrificio, o de pasar por el aro, que consideramos apropiado son unas estafadoras ( o unas putas)
Querer ganar más dinero y/o ganarlo con menos trabajo es ser ambiciosa y la ambición es mala.
En mi curso Emprende en Femenino dedicamos parte del tiempo de trabajo a lo que muchos llaman “sanar nuestra relación con el dinero”. Aunque esta expresión te choque ( a mí me pasó la primera vez que la oí), párate a analizar si en tu caso es necesario.
La mayoría de las personas, sobe todo las mujeres, y más si su trabajo está relacionado con sus propias habilidades y talentos, tenemos problemas en nuestra relación con el dinero, con el cobrar o con el pagar. Es muy interesante dedicar un tiempo a analizar nuestras creencias sobre el dinero. Os animo a hacerlo, seáis o no emprendedoras.
Yo hace años que me dedico al emprendimiento on line, es decir, que sudar, lo que se dice sudar, no sudo en el trabajo a no ser que esté en una terraza trabajando y haga mucho calor. Para muchas personas el hecho de que haya conseguido no sólo subsistir creando mi propio modelo de negocio, sino vivir bien o muy bien, es causa de suspicacias.
Igual creen que porque ahora me ven cosechar de forma más o menos habitual no he sembrado ni regado, o igual se creen que como no me muevo en los círculos oficiales no tengo derecho a cobrar por mi trabajo.
Todas las personas que decidimos dar un salto, hacernos visibles y en cierta medida públicas, sabemos que nos exponemos al juicio y las críticas. Incluso a insultos, injurias y difamaciones. Una ya lo asume como parte del precio del éxito. Pero hay otro tipo de reacciones que, no siendo tan violentas en apariencia como la anteriores, pueden convertirse en un motivo de desánimo para las emprendedoras. Y contra ese tipo de comentarios y creencias también hay que vacunarse.
A algunas personas no les parecerá mal que trabajes y cobres por tu trabajo, por tus artículos o por tus libros, pero en el fondo creen que tus motivaciones no son tan honestas o sublimes como lo serían si vivieses de tu marido, de tus padres, de un trabajo “seguro” con un sueldo “digno” ( o no, pero decente), de las rentas familiares, de que te toque la lotería…
Daría igual que tu trabajo fuera más o menos anodino porque la elevación del espíritu y tu contribución al bienestar social ya te la buscarías tú en tu tiempo libre, haciendo voluntariado un ratito o muchos, escribiendo artículos fantásticos y aplaudidos en esas horas de trabajo robadas a tu empresa o a los contribuyentes. O en horas robadas a tu familia o a ti como persona.
Al final la idea de fondo es: si detrás de tu trabajo hay dinero, tu trabajo no es tan bueno como el de los que no lo necesitan. Y encontrarás a quien comente que cuando no necesitas el dinero eres libre, por ejemplo, para escribir y hacer una labor encomiable para el mundo. Que me pregunto yo si hay alguien en nuestra sociedad que no necesite el dinero…
Por supuesto que hay trabajos excelentes hechos por personas que no buscan el lucro. Que no es exactamente lo mismo que hacerlo por altruismo. Que ya he escrito otras veces que no sólo de dinero vive el hombre, por parafrasear otra cita bíblica.
Algunos no quieren dinero porque no lo necesitan o, mejor dicho, que no necesitan más porque ya lo tienen por otros medios, pero sí quieren el reconocimiento de su trabajo. Porque sino, de hecho, no lo firmarían. Es lo normal, lo sano y lo justo.Argumentar que lo uno es superior a lo otro es, como casi siempre que emitimos juicios sobre motivaciones ajenas, cuanto menos soberbio y un insulto a quienes vivimos de nuestro trabajo procurando hacerlo de la forma más libre y honesta posible. En muchos casos es precisamente esa honestidad personal la que nos hizo dejar de prostituirnos en un trabajo que nos ahogaba o que iba en contra de nuestra conciencia personal o colectiva o de permanecer en relaciones que nos aportaban seguridad económica o status social, pero en las que nos sentíamos prisioneras o sencillamente infelices. Para muchas la honestidad fue empezar e necesitar el dinero porque habíamos dejado de depender del dinero de otros, con el pago que suele conllevar eso.
Libertad y honestidad
La libertad para cada uno es, evidentemente, diferente. Para algunos se mide en dinero, para otros en autonomía personal e independencia. A mí lo que me hace independiente no es no necesitar dinero por mi trabajo, sino justo lo contrario:
“Cobrar por mi trabajo me hace independiente de todo y de todos ( o casi) hasta el punto de no tener que comulgar con lo que no quiero o en lo que no creo. La honestidad es algo que se tiene o no se tiene, independientemente de lo que se cobra y por qué.”
[Tweet «“Cobrar por mi trabajo me hace independiente de todo y de todos ( o casi) hasta el punto de no tener que comulgar con lo que no quiero o en lo que no creo. La honestidad es algo que se tiene o no se tiene, independientemente de lo que se cobra y por qué.” «]
Todos conocemos proyectos altruistas llevados a cabo por gente deshonesta y todos conocemos gente que se ha hecho un buen nombre y ha prosperado con una ética intachable.
Cuando alguien pretende elevar el nivel moral de un trabajo por el hecho de no buscar el lucro lo que hace es seguir engordando ese mito de que el dinero es la raíz del mal de la tierra. Y me temo que eso es echar balones fuera, porque el dinero en sí no es nada, no piensa, no planea, no ejecuta, no es responsable. Somos los humanos y el uso que hacemos del mismo los que estamos en tela de juicio.
Y eso con o sin dinero.
Hay quien se lucra con algo mucho más sucio que el dinero, con otros tipos de “moneda” que algunos miopes selectivos no quieren ver.
[Tweet «Hay quien se lucra con algo mucho más sucio que el dinero, con otros tipos de “moneda” que algunos miopes selectivos no quieren ver.»]
Es totalmente injusto arrojarnos a una sociedad edificada sobre una base económica capitalista pero luego argumentar que el ideal de sublimación humana es la libertad de no necesitar el dinero siendo éste la única moneda de cambio existente. Sobre todo a las mujeres, insisto.
Es hora ya de derribar ese gran muro que es nuestra insana, hipócrita y pacata relación con el dinero, nuestras creencias sobre el mismo, nuestra esquizofrenia de negar que lo necesitamos y a la vez estar dispuestos a perder la dignidad por él. Dejemos ya ese discurso manido y opresor de que es preferible estar en una situación de no necesitarlo para que nuestro trabajo sea digno de admiración.
¿Quién no necesita dinero?
Yo necesito dinero y tú también, todo el que lea este post. Yo no conozco en persona a nadie que sea totalmente autosuficiente sin dinero. Pero sí conozco muchas personas haciendo cosas increíbles por y para el mundo. Cambiando mentalidades obsoletas, contribuyendo al cambio de paradigma, influenciando la vida de muchas personas para que sean más libres y más felices.
Y ¿sabéis? cobran por ello. Y deseo que sigan haciéndolo, porque esa es la verdadera libertad. Deseo que esas personas buenas en lo suyo vivan de ello para que lleguen a más personas, en lugar de tener que dejarlo para irse a cualquier lugar a ganar lo que otros consideren que valen por hacer cosas para las que seguramente no están motivados y rezar para que ese trabajo monótono y sin sentido no les desanime y les queden ganas de hacer aquello para lo que tienen talento en sus días libres.
Ese modelo totalmente injusto, satánico y opresor yo no lo compro. No lo quiero. Me da igual que me lo envuelvan con papel de regalo de sororidad, de voluntariado, de humanismo, de sublimación o de lo que sea.
Soy feliz pagando a gente a la que le encargo un trabajo para el que son buenas y que les gusta.
Soy feliz pensando en que lo ganan de una forma más cómoda, justa, satisfactoria y rentable, mirando crecer a sus hijos, en vez de irse a trabajar 12 horas a un comercio por un sueldo mal pagado, subcontratando a otra mujer peor pagada a su vez, para cuidar de sus hijos.
No espero que me lo hagan mejor si no necesitan el dinero, porque ante todo, confío en que son buenas personas y darán lo mejor de sí.
Confío en su profesionalidad y sobre todo,
tengo una relación sanísima con el dinero.
Tanto que disfruto cuando lo empleo en cosas tan importantes para mí como la educación que quiero para mis hijos
o en cosas tan frívolas como invitar a una amiga e irnos a un hotel con Spa un fin de semana con mojitos y gambas.
He aprendido a disfrutar de la vida
y he aprendido a hacer de mi pasión mi trabajo.
Doy lo mejor de mi cuando lo hago y cobro muy bien por él porque sé que lo valgo.
No porque mi ego esté desbordado, sino porque aquéllas que me pagan, al final me dan las gracias. Cosa que no hicieron nunca muchas de las personas a las que atendía de forma altruista.
Sigo escribiendo y publicando la mayoría de lo que escribo en abierto y eso no me hace recibir más aplausos de quienes creen que “si no se cobra es mejor”, de quienes creen que como “vendo” servicios y productos” mi trabajo es mercantilista o de poco valor.
Yo, cobrando por mi trabajo, he puesto a prueba mi valía.
Porque como ya escribí en otro post, al final no hay mejor examen que el de los clientes.
Hay quien trabaja gratis porque nadie pagaría por lo que ofrecen.
Quienes vendemos de forma “directa” lo tenemos claro, no tanto las que creen que están ajenas a este sistema cuando la verdad es que son parte de la peor parte de él, lo sepan o no.
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La misoginia no siempre se expresa en forma de ataques directos de violencia física. Hay otra violencia mucho más sutil que no es tan evidente, pero es herencia directa de la anterior.
Hoy muchos hombre no pegan a sus mujeres, ya no pueden controlar en qué trabajan, cómo se visten o en qué piensan, pero eso no significa que las respeten. O quizás sí creen respetar a la suya, pero menosprecian a las demás.
Cuando nos infantilizan, cuando critican nuestras iniciativas o nuestra forma de trabajar, cuando menosprecian nuestros trabajos, cuando intentan juzgar cuándo una mujer puede o no hacer un trabajo, cuándo o no puede cobrarlo, cuando juzgan que nuestras tarifas profesionales son «abusivas» , vete a saber con qué criterio, cuando se erigen en una especie de «Defensor del pueblo» de oficio para salvarles (no, mejor, salvarlas) de nuestros trabajos y formaciones, a pesar de que no tienen ni idea de qué y cómo lo hacemos…
Cuando afirman que las mujeres que deciden invertir su dinero lo hacen engañadas o estafadas. Cuando las tratan de estúpidas al oírlas comentar que ellas están más que satisfechas con lo que han obtenido por su inversión.
Esos hombres que nunca criticarían así a otros hombres, que han hecho su nicho el femenino porque se sienten superiores, porque desgraciadamente aún hoy muchas mujeres escuchan con más autoridad a un hombre que a una mujer hablando sobre el mismo tema , aunque el tema en cuestión sea intrínsecamente femenino. Esos hombres que se atreven a darnos lecciones de cómo funcionan nuestros cuerpos, no porque los admiren y los respeten, sino para sentir que tienen en cierto modo el control de algo que nunca podrán controlar.
Hace años un psicólogo convenció al mundo de que las mujeres teníamos envidia del pene. Y toda la psicología de la época, toda la «autoridad médica y psicológica de su tiempo se construyó sobre esa base absurda y misógina. Sobre el profundo desconocimiento de lo que es una mujer, de nuestro cuerpo, de nuestra psique, de nuestra sexualidad.
No es nuevo. Todo el conocimiento imperante a lo largo de la historia ha sido masculino. Las mujeres tenían vetado, salvo contadas excepciones, el acceso a los foros de aprendizaje y enseñanza. Los grandes pensadores sobre los que se ha edificado nuestra filosofía y el derecho eran profundamente misóginos. Aún tenemos en nuestro lenguaje múltiples pruebas de ello.
Aristóteles, Sócrates, Nietzsche, Schopenhauer, Freud, Kant , Rousseau son algunos de los más conocidos pues sus obras escritas han llegado hasta nuestros días. Son un reflejo de la intelectualidad, de la «oficialidad» del momento. Durante siglos hombres ningunearon o directamente robaron a mujeres su trabajo, sus méritos y su protagonismo en campos como la ciencia, la medicina, la ingeniería…
El problema no ha sido nunca que no fuéramos capaces, el problema es que teníamos que competir en un sistema cuyas reglas estaban puestas precisamente para dejarnos fuera. Y cuando las mujeres, a pesar de ello, conseguían alcanzar y sobrepasar a esos hombres, muy pocos lo aceptaban. La mayoría criticaban abiertamente a estas mujeres, o lo que para mí es aún peor, se apuntaban ellos el mérito.
Esa forma de machismo y misoginia que es el paternalismo es tan frecuente hoy día como el «tú te callas» del tiempo de mi abuela.
Hoy ningún hombre moderno diría en público, sobre todo cuando su auditorio es eminentemente femenino, que las mujeres somos tontas o malvadas, pero sí se permiten lanzar comentarios condescendientes de qué hacemos las mujeres y por qué.
Comentario público de un hombre en una red social
Ese comentario es un ejemplo de cómo algunos hombres, en sus perfiles públicos en redes sociales, se expresan en relación a las mujeres.-«Mujeres» … al parecer los hombres no pagan cursos.-«llenas de dudas» y él lo sabe porque las conoce a todas y conoce sus motivaciones, claro.-«Que cada cual se gaste el dinero en lo que quiera»
entonces ¿a qué viene el comentario?. Me suena a lo de «yo soy racista, pero…»-«en el interior de cada una está todo» una vez más habla del interior de todas las mujeres, menudo fenómeno, no sé si también habla en mi nombre y quién le ha erigido en portavoz de todo un género.«Y para aflorarlo, si no sale….»
esta es la puntilla, aquí está todo lo que esperábamos, para variar un hombre diciéndonos qué y cómo tenemos que hacer las cosas.
Es curioso, que haya hombres que critican el trabajo de mujeres porque no tienen título oficial (título que obtienes cuando vas a que otros te digan lo que aprender) y luego critique que haya mujeres que pagan a otras para aprender lo que les interesa.
O sea, que al final se trata de a quién le otorgamos la autoridad de enseñarnos algo. Al parecer no podemos elegir quién es para nosotras, autoridad en una materia y nos lo tienen que indicar ellos.
Lo peor de todo no es que haya hombres así. Lo peor es que se casan con mujeres y que se convierten en padres de niños y niñas que serán los hombres y mujeres del mañana. Y por lo que comprobamos la misoginia no se diluye con el paso de las generaciones, simplemente se transforma para seguir siendo aparentemente correcta. No dejan de maltratar, simplemente cambian de forma de maltrato.
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Y lo triste es que cuando estos hombres, gallitos de corral, publican estas cosas no les aplauden un montón de hombres, no, sino un montón de mujeres. Mujeres que han aprendido que es más fácil seguir aplaudiendo al macho más tonto que a la hembra más lista. Ellas les siguen dando el poder que otras ya les hemos quitado. Madres que crían hijas que ven a sus madres aplaudir a hombres que menosprecian a mujeres. Así nos va,
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[Tweet «Mujeres que creen que es mejor aplaudir al macho más tonto que a la hembra más lista.»]
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Yo , que soy de todo menos políticamente correcta, creo que esta oleada de apoyo a la maternidad por parte de algunos hombres, en un gran número, no es más que miedo a quedarse fuera o, parafraseando a un señor muy culto y con título universitario: «envidia de tetas y útero».
Porque hoy día la mujer que quiere un pene lo consigue, pero tetas y úteros, amigos míos… tetas que den leche y úteros que engendren hijos no van a tener ustedes nunca.
«¡Qué morro las que cobran!
Menos mal que hay gente que ayuda gratis»
Esa frase es muy oída en mi sector. Como somos mayoritariamente madres que trabajamos en temas relacionados con el cuidado tenemos incorporado el «chip», que no es otra cosa que una creencia errónea y un prejuicio, de que los servicios relacionados con el cuidado no se deben cobrar.
Este es un tema con un trasfondo más amplio que el que se ve a simple vista. Cada vez que alguien recrimina a alguien su derecho a cobrar debería pensar en el mensaje que está transmitiendo, a sí mismo, al otro, y a la sociedad.
Mensajes como estos:
Me siento superior a ti juzgando si tú debes o no debes cobrar por lo que haces.
Me molesta que cobres por algo que necesito de ti y en vez de analizar de dónde viene esa reacción, proyecto mi enfado en ti y en tu derecho a recibir el pago por tu trabajo, experiencia y conocimientos.
Quiero aprovecharme de esa experiencia y conocimientos, porque reconozco que es más valioso y más fácil que hacerlo yo o aprender sola, pero no quiero pagarte por ello.
Te doy la oportunidad de que me ayudes. Es un privilegio que me dediques tu tiempo porque soy mejor y más importante que tú.
El dinero es «sucio».
Mi tiempo es más valioso que el tuyo.
Mi necesidad está por delante de las tuyas y las de tu familia.
No quiero un trato justo, ni equitativo. Quiero conseguir algo de ti sin que tú recibas nada a cambio.
La satisfacción de haberme ayudado tiene que valerte como moneda de pago.
Mi agradecimiento engrandecerá tu ego y ese es pago más que suficiente.
Si no estoy de acuerdo con tus condiciones no solo tengo derecho a no aceptarlas, sino a enjuiciarte moralmente y a criticarte.
El voluntariado es la forma más altruista de dar un servicio y por supuesto no perpetúa la diferencia entre el que otorga el servicio y quien lo recibe. No fomenta la diferencia de clases y siempre se hace con los motivos más puros.
He dedicado miles de horas al voluntariado y a día de hoy una parte de mi trabajo como asesora lo hago sin ser remunerada económicamente. Eso no significa que no entienda que es un arma de doble filo.
Nada es gratis: alguien lo paga
Trabajo para conseguir un cambio de paradigma en la forma de vivir, en la forma de criar y eso implica cambiar mentalidades y creencias muy arraigadas. Eso significa que no solo divulgo información a quien quiere oírla sino también a aquéllos que no saben aún si la quieren oír. Por eso parte de mi tiempo lo dedico a escribir artículos, grabar vídeos, publicar y compartir información interesante y responder consultas por diversos medios sin remuneración de parte de quien recibe la información.
Yo pago por contar lo que sé.
Del mismo modo que muchos escritores pagan para publicar su trabajo. Motivos para actuar así hay varios, algunos son impuestos por las circunstancias, otros muy loables y otros directamente relacionados con el ego.
Os voy a poner el ejemplo de un escritor.
EL que escribe normalmente quiere que le lean, y por supuesto le gustaría vivir de ello, pero para llegar a eso, antes tiene que llegar a convertirse en alguien que la gente quiera leer. Y si no te conoce nadie, nadie va a pagar por leerte. Por eso, a no ser que ganes un premio con tu primera novela y directamente te conviertas en un objetivo interesante, antes de poder vender tu trabajo, has tenido que promocionarlo, y eso a veces, incluye regalarlo.
Eso no significa que no tenga valor, significa que le das tanto valor que quieres algún día vivir de ello y esa es tu estrategia a medio y largo plazo. En este caso pues, regalar tu trabajo es un medio para un fin.
A veces el que escribe decide regalar su trabajo para algo o alguien. Quizás le pidan una colaboración para alguna revista, o que escriba un prólogo a otro autor. Puede que decida que parte del beneficio de su trabajo vaya destinado a alguna obra social… Pero esto puede hacerlo siempre y cuando la mayor parte de su trabajo sea reconocida, valorada y pagada. Si no tiene para comer y pagar la casa, dudo que se dedique a seguir regalando su trabajo altruistamente.
Pero incluso en este caso, obtiene algo a cambio, y aquí entro en el tercer supuesto. Cuando yo regalo mi trabajo estoy obteniendo un pago, que quizás no es con dinero, pero sí en reconocimiento, agradecimiento, posicionamiento, prestigio, fama… Tengo por supuesto derecho a que ese pago me compense de no recibir dinero, y tengo derecho a preferir cobrar con dinero. Lo que no es de derecho es que alguien juzgue que un pago es moralmente reprobable argumentando que lo que se ofrece gratis es mejor.
[Tweet «Ningún producto o servicio es gratis, alguien lo paga. O lo pagas tú o lo paga otro.»]
EL pago que recibo con dinero cierra el círculo: tú necesitas un servicio, yo te lo doy, tú me pagas: FIN.
Además cobrar implica una responsabilidad: tengo que ser profesional y dar un servicio justo a lo que cobro. Me obliga por así decirlo a ser bueno en mi trabajo, porque además, de eso depende que siga trabajando en esto o no.
EL pago que recibe el ego, por el contrario, nunca acaba, porque el ego siempre suele querer más. EL que recibe «el regalo» se siente eternamente agradecido y se corre el riesgo de verse siempre en el rol de tener que demostrar su agradecimiento una y otra vez: el círculo nunca se cierra.
Por otro lado, el no cobrar es una trampa para los mediocres: como no he exigido pago, no me pueden exigir mucha responsabilidad, así que da un poco igual si soy bueno o solo regular, porque «doy lo que puedo y gratis».
No es extraño ver gente mediocre en su profesión regalando su trabajo y no siempre es por bondad, es porque nadie pagaría por él, porque no lo vale.
En resumen:
Todo el mundo es libre de tener una opinión, de pensar que el trabajo de otro no vale nada o vale poco o vale mucho, incluso de juzgarlo si le apetece.
No somos libres de imponer nuestro juicio a los demás.
No tenemos derecho a exigir que nos den algo a cambio de nada, o a cambio del reconocimiento si la persona considera que ese no es el pago que quiere.
No tenemos derecho a criticar desde la envidia o la superioridad moral, por muy disfrazada de ecología, hermandad, sororidad o espiritualidad que esté.
Hasta Jesucristo en una ocasión respondió a un debate parecido con una lección magistral (Marcos 13:12-17):
«Den al César lo que es del César»
Así que no seamos nosotros más papistas que el papa. Agradezcamos vivir en una sociedad donde cada uno ofrece y escoge en libertad.
¿Te cuesta cobrar por tu trabajo? ¿No sabes cómo responder a quienes te solicitan tu trabajo pero dan por sentado que es gratis? ¿Crees que pedir «la voluntad» es la mejor solución?
EN este artículo me gustaría explicarte la diferencia para un profesional entre fijar un honorario por su trabajo u optar por pedir donativos o la voluntad.
Tu relación con el dinero
En primer lugar habría que analizar por qué tenemos esa relación extraña con el dinero. TODOS necesitamos dinero. No es que sea una de las monedas de cambio, es que es LA MONEDA de cambio de nuestra sociedad. Cuando una persona (más las mujeres) tiene problemas para cobrar por su trabajo lo primero es trabajar sobre la mentalidad de merecimiento. Si tú no crees que mereces cobrar, el problema empieza en ti. Antes de lanzarte al mundo, has de aclarar contigo misma cuál es tu trabajo, cuál es tu valor y qué precio vas a fijar por el mismo.
Mereces cobrar por tu trabajo, como cualquiera.
Nadie acude a la consulta de un dentista, ni al taller de su coche ni llama a una empleada de hogar pensando en que va a trabaja gratis. Así que :
No des por sentado que la gente espera que trabajes gratis ( aunque no lo creas, tu actitud y tu lenguaje son diferentes si partes de una premisa o de otra)
Aborda el asunto con normalidad
Ten especificadas de antemano tus tarifas y honorarios. Puedes tener un apartado en tu web o algún folleto.
Cuando sea posible, ten diferentes opciones de precio para cubrir a un mayor rango de clientes.
Cuando ofreces un trabajo personalizado a cambio de un donativo dejado a la voluntad del que lo ofrece bajo mi punto de vista pasan varias cosas:
Pierdes imagen de profesionalidad
Corres el riesgo de que los donativos no cubran tus necesidades lo que repercute al final en tu calidad de vida, lo cual repercute a su vez en tu trabajo. Poco a poco tu profesionalidad se resiente.
Perpetúas la creencia errónea de que ciertos trabajos no merecen ser pagados, sobre todo los de servicios, se mantiene la idea de que te hacen un favor, como si te dieran una limosna. Y tú no estás apelando a la «caridad cristiana» , estás pidiendo una remuneración justa por tu trabajo.
Existen sindicatos y medidas para garantizar un salario mínimo porque en muchas ocasiones, desgraciadamente, dejar el pago a «la buena voluntad» del que lo otorga ha demostrado que se suele pagar a la baja. Mi opinión es que este tipo de «soluciones» al hecho de querer cobrar por el trabajo pero en vez de establecer un precio, aceptar donativos, lo que enmascara es una relación de doble moral con el dinero, o miedo a no ser tenido en cuenta. Es cierto que cuando alguien ha estado dando un servicio de forma gratuita y empieza a cobrar hay un periodo de carencia. Hay que tener una gran confianza en el propio trabajo y en el propio valor para saber que, tras un periodo de adaptación y de reeducación del entorno, del nicho y del sector, el sentido común acaba imponiéndose.
Si eres un buen profesional, tu reputación se impondrá y tus clientes, los de verdad, apreciarán el valor tras tu precio.
Y si no es así, entonces hay que replantearse el trabajo o tu nicho.
Entonces ¿nunca gratis?
Cada profesional debe decidir si quiere ofrecer algo gratis. Lo que he contado no va reñido con el sistema que se conoce como FreeMium, esto es, ofrecer algún servicio gratuíto y los extras con más valor añadido de pago.
En muchos casos esto puede ser una opción: ofrecer por ejemplo un tutorial gratuíto y cobrar por la asesoría personalizada. O un webinar de información general en abierto y un precio extra por un curso más amplio. ES una opción. Pero una opción que ha de salir del profesional, nunca impuesta desde fuera.
Muy importante:
YO DECIDO LOS LÍMITES DE MI SERVICIO GRATIS
Yo por ejemplo compagino un servido de atención gratuito limitado. Fuera de ahí, mi tiempo y mi trabajo tiene un precio fijo. Además tengo la opción de suscripción económica a un Club de miembros con algunos servicios incluidos en una cuota mensual baja y descuentos en el resto. De este modo no rebajo mis limites, no pierdo en calidad de vida, casi cualquier persona puede acceder a mi trabajo, y todo el mundo sabe lo que tiene que pagar en cada caso.
Como he comentado en alguna ocasión, solicitar el pago justo por tu trabajo es lo equitativo, lo que iguala la balanza y quita la carga de dependencia de tener que agradecer continuamente al otro, bien que te pague, bien que te atienda.
Ayer participé en las Jornadas on Line: «Mujer y Dinero» organizadas por la Editorial ObStare.
Mi ponencia se tituló:
«Del voluntariado al negocio. Mi relación con el dinero»
Si ya a muchas mujeres les cuesta pedir la remuneración por su trabajo, si procedes del voluntariado, o si sencillamente nunca has trabajado por tu cuenta y ahora empiezas, la idea de «pedir dinero» es una de las primeras barreras a franquear.
Lo primero es dejar de percibir esas palabras: «dinero» y «cobrar» como negativas. Porque la mayoría de las veces son negativas solo para nosotras.
Cualquiera que sea tu cliente, sea cual sea el sector en el que trabajes, todas ls personas que tratas usan dinero y todas pagan por servicios y/o productos.
Así que no estás implementando nada nuevo.
Quizás lo nuevo sea que tú cobras. O la actividad por la que cobras. O la cantidad que cobras.
Da igual.
El caso es que ESO ES LO NORMAL
Si queremos que los demás vean normal el hecho de cobrar por nuestros servicios hemos de empezar por normalizarlo nosotras.
Comprendo que al principio cuesta, así que suelo recomendar empezar usando otras fórmulas que no usen esos términos que nos molestan o nos resultan incómodos.
Puedes sustituir las palabras y conceptos relacionados con «dinero» y «cobrar» por otras como «honorarios» , «tarifas», «contratar» y similares que tienen el mismo significado pero no tienen en general la connotación negativa que le damos a las primeras.
De este modo en vez de decir:
«Yo cobro x por mi trabajo»
puedes decir:
«Mis honorarios son x»
Si alguien quiere pedirte opinión profesional y no estás seguro si sabe que ese tiempo lo vas a cobrar puedes decir:
«Voy a mirar mi agenda a ver cuándo puedo darte una cita para una asesoría, mientras tanto te mando información sobre mis servicios y tarifas»
Para ello recomiendo tener una página web o un PDF preparado para reenviar por correo electrónico de forma inmediata. Eso da sensación de normalidad y sobre todo, de profesionalidad.
Son 2 tips muy sencillos pero muy efectivos para empezar a reeducarnos nosotras y reeducar al entorno.
Sobre todo recuerda:
tu trabajo tiene valor, tu tiempo tiene valor y tu experiencia tiene valor.
Tú lo sabes y tus clientes también.
Quienes no lo ven así no merecen que pierdas demasiado de tu valioso tiempo en explicárselo.
Pon en práctica estos consejos y cuéntame si te son útiles. Si crees que necesitas una sesión más personal para trabajar estos temas no dudes en pedirme una cita ;-).
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