Vivo en una isla lo que supone viajar bastante en avión.
Tengo una costumbre, algo macabra para algun@s, que es despedirme con la frase «por si se cae el avión que sepas que….»
La mayoría de la gente encuentra de mal gusto mencionar a la muerte o la posibilidad de tener un accidente mortal. Si me paro a pensarlo es normal, no queremos pensar que nos pueda pasar, precisamente porque sabemos que nos puede pasar.
Morirse es facilísimo. De hecho dice el refrán que «para morirse solo hay que estar vivo», por eso todos los vivos intentamos no pensarlo demasiado para no amargarnos la existencia. Lo cierto es que yo pienso bastante en la muerte porque la muerte me ha visitado de cerca y se ha convertido en una especie de enemigo íntimo.
La muerte me ha dado lecciones de vida, de esas que te hacen replantearte muchas cosas.
Se me murió mi segundo bebé y perdí de golpe mi inocencia. Aprendí a ver la cara B de la parte más bonita de la vida.
Se murió mi madre de repente y me di cuenta que los «mañana hablamos» a veces no son posibles. Que se nos quedan pendientes conversaciones porque vivimos creyendo que somos, si no inmortales, sí longevos, pero no siempre es así.
La muerte no siempre avisa. Vivir es estar permanentemente en riesgo de morir y no somos conscientes. Y está bien que sea así. Pero no tanto.
Ser consciente de que te puedes morir es un gran aliciente para vivir, aunque parezca contradictorio. Es un filtro perfecto para saber qué es lo esencial y qué es superfluo, qué es prioritario, y qué no lo es. Es un examen implacable para saber qué cosas gestionas desde el amor o desde el miedo. Te enfrenta a tu ego como nada más. Con esa dosis brutal de verdad que solo dan los duelos, porque en ellos estás sola con tu dolor, y en el dolor no hay máscaras que sirvan.
Cuando me siento el en avión, los últimos mensajes que mando antes de poner el «modo avión» me dicen quiénes son las personas de mi vida. Es un poco macabro sí, pero por unos segundos me imagino que muero estrellada y que mis últimas palabras fueron «Te Quiero».
Lástima que a veces tengamos que pensar en la muerte para decirlas. Ojalá la vida fuera igual de motivadora para vencer vergüenzas, orgullo y miedo y quedarnos con lo esencial, lo que realmente importa.
Ser un padre moderno es una tarea difícil. Y ser un padre modelo aún más.
Por un lado queremos que os involucréis en la crianza de los hijos, sin referentes la mayoría de las veces, ya que nuestros padres no fueron ejemplo vivo de estar demasiado implicados en algo que no fuera ver las notas y el paseo del fin de semana. Pero por otro lado queremos que respetéis las parcelas que son intrínsecamente nuestras.
Por un lado queremos que entendáis nuestra forma de criar, que la hagáis vuestra, pero queremos que lo hagáis sin pretender ser los protagonistas.
Por un lado os pedimos participación y por otro lado os la limitamos.
Por un lado criticamos que adoptéis la pose del «padrazo»y por otro nos hacemos seguidoras , («fans» o groupies más o menos babeantes) del hombre de turno, padre o no, que nos da lecciones de cómo parir, amamantar, etc.
Es lo que alguna amiga denomina #ElEfectoPicha.
El mismo consejo, el mismo vídeo de porteo, el mismo razonamiento es más aplaudido entre las propias mujeres si el que lo da es un hombre.
Parece que todas desearíamos tener de pareja al tío guay que habla de las bondades de la lactancia, del parto natural y del porteo. Y por eso cuando vemos a uno así babeamos todas ( Y me incluyo yo con el Papá de Aurora que nos hizo suspirar a todas en el pleistoceno de mi maternidad, que recordarán muy bien mis amigas cofundadoras de Red Canguro 😉 ).
Y la cuestión es que realmente ni nosotras mismas sabemos qué queremos del padre de nuestros hijos en realidad. O al menos no hasta que ves lo que no quieres.
Lo cierto es que si vives con el padre de tu(s) hijo(s) y crías de este modo, con eso de que el papel de la madre es vital e insustituible los primeros meses, resulta que acabas asumiendo prácticamente el 90% del trabajo del cuidado de los hijos. Aunque ya no sea dar teta, sino todo lo demás. Aunque los hijos crezcan y podamos ir aumentando la cantidad de trabajo a compartir.
Resulta que tu pareja sigue sin saber dónde está la ropa de los niños, o cómo se toma la medicina o cómo se comen la pasta.
Resulta que tú has aprendido a compaginar el cuidado de tus hijos con el resto de cosas que haces a diario, a veces incluso con el trabajo y los hobbies pero él con ellos sólo sabe llevarlos al parque.
Y aquí entono el mea culpa. Y aunque estas situaciones no son todas la mía, me vais a permitir que la escriba en primer persona
-Es culpa mía que no sepas dónde está su ropa
-Es culpa mía que no sepas peinar a la niña
-Es cupa mía que no sepas qué cosas se comen y cuáles no
-Es culpa mía que seas incapaz de pasar unos días solo con ellos sin la ayuda de tu madre o tu hermana (o tu nueva pareja)
-Es culpa mía que seas incapaz de prepararles algo de comer que no sea una pizza precocinada
-Es culpa mía que no seas capaz de hacer tus actividades normales con ellos
-Es culpa mía que no soportes verles enfadados o llorando
-Es culpa mía que no sepas gestionar sus emociones negativas, acompañarlas y digerirlas.
-Es culpa mía que te agotes porque las noches que duermes con ellos te despiertan y es culpa mía que te quejes al día siguiente de lo hecho polvo que estás por ello
-Es culpa mía que no sepas qué actividades hacer con ellos
-Es cupa mía que no sepas quién es su médico, o su maestra, o su monitor de extraescolares
-Es culpa mía que no seas capaz de hacer tortillas con ellos en tu cocina o improvisar un disfraz
-Es culpa mía que no hayas entendido que la responsabilidad de ser padre es indelegable
-Es culpa mía que sientas que el tiempo que decidimos que yo pasara criando a nuestros hijos te parezca ahora injusto
-Es culpa mía que tú gestiones mi agenda
-Es culpa mía que creas que pedirte que ejerzas de padre es injusto
-Es culpa mía que creas que tu situación es culpa mía
-Es culpa mía que arrojes contra mi tu frustración
Todo eso y más es culpa mía.Porque te lo he permitido yo.
Así que es hora de aceptar mi parte de responsabilidad y de que cambien las cosas.
Así yo podré liberarme de la culpa y tú de la situación en la que te encuentras.
A partir de ahora:
-Sabrás dónde está su ropa
-Sabrás peinar a la niña, mejor o peor, pero lo harás.
-Sabrás qué cosas se comen y cuáles no
-Serás capaz de pasar unos días solo con ellos, con o sin ayuda es cosa tuya.
-Serás capaz de prepararles algo de comer que no sea una pizza precocinada
-Serás capaz de hacer tus actividades normales con ellos, como he hecho yo todos estos años.
-Aprenderás a soportar sus enfados o lloros, porque en esos momentos también son tus hijos.
-Aprenderás a gestionar sus emociones negativas, acompañarlas y digerirlas.
-Serás capaz de sobrevivir a sus despertares nocturnos, yo sigo viva tras años de hacerlo. Y aprenderás a hacerlo sin quejarte.
-Aprenderás a saber qué hacer con ellos
-Sabrás quién es su médico, o su maestra, o su monitor de extraescolares
-Harás tortitas con ellos en tu cocina o improvisarás un disfraz
-Entenderás que la responsabilidad de ser padre es indelegable
-Entenderás que el tiempo que decidimos que yo pasara criando a nuestros hijos nos parecía entonces lo justo, a ambos.
-Tu vida no afectará a mi agenda, ni la mía a la tuya.
-Entenderás que pedirte que ejerzas de padre es lo justo para ti, no para mí.
–Y no sé si algún día aceptarás que tu situación no es culpa mía, pero lo que no voy a dejar nunca más es que arrojes contra mí tu frustración.
Nuestros hijos aprenden de la vida mirándonos y ya les hemos dado más de una lección de cómo No hacer las cosas.
Es tiempo de cambiar.
He decidido vivir en la responsabilidad y no en la culpa y espero que tú hagas lo mismo.
Y os dejo con un toque de humor… porque quien quiere, encuentra la forma 🙂
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