Las hermanas que eliges
He escuchado tu nota de voz y aún llorando he decidido escribirte este post.
Imagino que un poco por exhibicionismo y un mucho porque mereces que todo el mundo sepa cómo eres y que te quiero.
Siempre he sido el tipo de persona «idealista», con altos valores sobre conceptos como la amistad. Quizás porque el otro gran concepto afectivo que nos sostiene, que es la familia, en mi caso no lo fue tanto.
Para mí tener amigos, amigas, ha sido muchas veces una tabla de salvación. De la tristeza, de la desesperanza, de la frustración, de la depresión…
Por eso una de las cosas que más me afectan es la traición de esas personas a las que les confías tu intimidad, tus secretos, tus flaquezas, tus miserias incluso y que un día ves cómo las usan contra ti.
La gente confunde a veces ser una persona muy sociable con tener cientos de amigos, o creen que el hecho de que hables abiertamente de tus emociones, sentimientos y vivencias te hace no ser una persona confiable para guardar los secretos de los demás… o los tuyos propios. Como si toda tu vida fuera siempre un escaparate, algo frívolo y poco profundo. Cuando lo cierto es que precisamente por eso, precisamente por ser tan visible, necesitamos tanto tener refugios, lugares protegidos de las siempre presentes opiniones y juicios de quienes creen conocerte.
La gente cree que la actitud que has decidido adoptar ante la vida es tu actitud cada minuto del día o que es innata y no te cuesta, a menudo, un esfuerzo enorme. Como si decidir ser valiente no fuera difícil, como si la seguridad que llevas años trabajándote no fuera en realidad un fuerte vulnerable recibiendo ataques constantes, como si no tuvieras que estar continuamente revisando y reforzando tus puntos débiles. Yo tengo claro cuáles son los míos. Y sé muy bien qué cosas me refuerzan y cuáles me debilitan.
Tú eres una de esas inyecciones para mi.
Mis amigas han sido siempre mi anclaje para no perderme, mi toma de tierra para no olvidarme de quién soy ni de dónde vengo, mi sofá con manta en un día triste y lluvioso, mi diario íntimo, el espejo en el que a veces te da vergüenza mirarte.
Hay muchas definiciones de amistad y seguro que todas son ciertas. Yo en estos últimos años he comprendido aún mejor qué es tener una amiga que eliges como una hermana. Aquella que te quiere independientemente de dónde estés, de qué hagas o con quien. Alguien que nunca va a atribuirte malos motivos, que ante la duda siempre pensará lo mejor de ti. Alguien a quien puedes confesarle tus propias incongruencias y sabrá cuándo decirte la palabra justa y, sobre todo, sabrá cuándo callar.
El amor de verdad es incondicional, dicen. Yo siempre estuve en contra de esa frase porque no entiendo el amor sin respeto, y para mí esa era una condición innegociable. Mis amigas de verdad saben que, a veces, hasta eso se negocia. No está ni bien ni mal. Es lo que somos, como somos, como decidimos vivir.
A veces escogemos ser felices a tener razón, escogemos perdonar lo imperdonable porque pueden más nuestras ganas de confiar en el otro que nuestro propio orgullo. A veces, lo cierto, es que hacemos sólo lo que podemos hacer.
- Mis amigas de verdad no son perfectas, ni lo pretenden. No necesitan sermonearme cuando les cuento que he vuelto a tropezar en la misma piedra. Pero siempre me ayudan a levantarme.
- Mis amigas de verdad sólo preguntan: ¿ahora toca odiar o querer? Y odian y quieren conmigo.
- Mis amigas de verdad no tienen que justificarme sus palabras porque nunca me hablan desde la superioridad de sentirse mejores ni moral ni intelectual ni social ni económica ni profesionalmente.
- Mis amigas de verdad saben quién soy.
- Mis amigas de verdad saben que siempre, a pesar de todo y de todos, a pesar incluso de nosotras mismas, siempre estoy.
Ojalá yo sea el mismo tipo de amiga para ellas, para ti.
Gracias por ser una de mis personas.
Gracias por regalarme ser un poco parte de tu vida.
Gracias por reservarme mi hueco aunque pase el tiempo, la distancia, otras amistades y más amores y desamores,
aunque pase la vida y la vida nos pase.
Gracias.