Las hermanas que eliges

Las hermanas que eliges

He escuchado tu nota de voz y aún llorando he decidido escribirte este post.
Imagino que un poco por exhibicionismo y un mucho porque mereces que todo el mundo sepa cómo eres y que te quiero.

Siempre he sido el tipo de persona «idealista», con altos valores sobre conceptos como la amistad. Quizás porque el otro gran concepto afectivo que nos sostiene, que es la familia, en mi caso no lo fue tanto.
Para mí tener amigos, amigas, ha sido muchas veces una tabla de salvación. De la tristeza, de la desesperanza, de la frustración, de la depresión…
Por eso una de las cosas que más me afectan es la traición de esas personas a las que les confías tu intimidad, tus secretos, tus flaquezas, tus miserias incluso y que un día ves cómo las usan contra ti.

La gente confunde a veces ser una persona muy sociable con tener cientos de amigos, o creen que el hecho de que hables abiertamente de tus emociones, sentimientos y vivencias te hace no ser una persona confiable para guardar los secretos de los demás… o los tuyos propios. Como si toda tu vida fuera siempre un escaparate, algo frívolo y poco profundo. Cuando lo cierto es que precisamente por eso, precisamente por ser tan visible, necesitamos tanto tener refugios, lugares protegidos de las siempre presentes opiniones y juicios de quienes creen conocerte.
La gente cree que la actitud  que has decidido adoptar ante la vida es tu actitud cada minuto del día o que es innata y no te cuesta, a menudo, un esfuerzo enorme. Como si decidir ser valiente no fuera difícil, como si la seguridad que llevas años trabajándote no fuera en realidad un fuerte  vulnerable recibiendo ataques constantes, como si no tuvieras que estar continuamente revisando  y reforzando tus puntos débiles. Yo tengo claro cuáles son los míos. Y sé muy bien qué cosas me refuerzan y cuáles me debilitan.

Tú eres una de esas inyecciones para mi.

Mis amigas han sido siempre mi anclaje para no perderme, mi toma de tierra para no olvidarme de quién soy ni de dónde vengo, mi sofá con manta en un día triste y lluvioso, mi diario íntimo, el espejo en el que a veces te da vergüenza mirarte.
Hay muchas definiciones de amistad y seguro que todas son ciertas. Yo en estos últimos años he comprendido  aún mejor qué  es  tener una amiga que eliges como una hermana. Aquella que te quiere independientemente de dónde estés, de qué hagas o con quien. Alguien que nunca va a atribuirte malos motivos, que ante la duda siempre pensará lo mejor de ti. Alguien a quien puedes confesarle tus propias incongruencias y sabrá cuándo decirte la palabra justa y, sobre todo, sabrá cuándo callar.
El amor de verdad es incondicional, dicen. Yo siempre estuve en contra de esa frase porque no entiendo el amor sin respeto, y para mí esa era una condición innegociable. Mis amigas de verdad saben que, a veces, hasta eso se negocia. No está ni bien ni mal. Es lo que somos, como somos, como decidimos vivir.
A veces escogemos ser felices a tener razón, escogemos perdonar lo imperdonable porque pueden más nuestras ganas de  confiar en el otro que nuestro propio orgullo. A veces, lo cierto, es que hacemos sólo lo que podemos hacer.

  • Mis amigas de verdad no son perfectas, ni lo pretenden. No necesitan sermonearme cuando les cuento que  he vuelto a tropezar en la misma piedra. Pero siempre me ayudan a levantarme.
  • Mis amigas de verdad sólo preguntan: ¿ahora toca odiar o querer? Y odian y quieren conmigo.
  • Mis amigas de verdad no tienen que justificarme sus palabras porque nunca me hablan desde la superioridad de sentirse mejores ni moral ni intelectual ni social ni económica ni profesionalmente.
  • Mis amigas de verdad saben quién soy.
  • Mis amigas de verdad saben que siempre, a pesar de todo y de todos, a pesar incluso de nosotras mismas, siempre estoy.

 

Ojalá yo sea el mismo tipo de amiga para ellas, para ti.
Gracias por ser una de mis personas.
Gracias por regalarme ser un poco parte de tu vida.
Gracias por reservarme mi hueco aunque pase el tiempo, la distancia, otras amistades y más  amores y desamores,
aunque pase la vida y la vida nos pase.

Gracias.

Qué es ser una mujer valiente

Qué es ser una mujer valiente

Cuando me divorcié escuché muchas veces la frase: «¡Qué valiente eres!»
Me di cuenta entonces que para muchas personas el valor radicaba en ser capaz de tomar una decisión tan trascendental como esa. Con el tiempo cada vez más mujeres me contaban que envidiaban poder tomar esa decisión, pero que no se veían capaces de afrontar las consecuencias de «romper una familia» y seguir la vida solas, sobre todo con hijos de por medio. Para algunas, lo que yo hice les parecía heroico y sin embargo  para mí era incomprensible que tantas personas prefirieran seguir con vidas insatisfactorias, en relaciones «muertas», sólo por el miedo a lo desconocido que pudiera llegar si dieran el paso de cambiar su forma de vivir.

Este hecho me demostró lo que ya sabía: que los miedos son personales y las capacidades de enfrentarnos a ellos también. A mí me daba mucho más miedo imaginarme viviendo atrapada en una vida ficticia, viendo cómo degeneraba una relación que merecía recordarse como la mejor de mi vida, que todo lo desconocido que pudiera llegar por decidir acabar y recomenzar.

[Tweet «Los miedos son personales y las capacidades de enfrentarnos a ellos también.»]

La falsa seguridad

Es cierto que el ser humano encuentra seguridad en las rutinas. Que entre dos la vida es más fácil, sobre todo económicamente hablando. Que nos hipotecamos, literal y metafóricamente hablando, convirtiendo así la relación en un contrato con una claúsula de rescisión más abusiva que la del peor banco.

Entiendo que el miedo a hacer daño al otro, a los hijos, a la familia, al entorno, sobrevuela constantemente sobre nuestras cabezas recordándonos si merece la pena. Lo sé, lo he vivido.
Y lo cierto es que nadie tiene la respuesta a esa incógnita. Nadie, salvo uno mismo, sabe si merece la pena el salto, la ruptura, el caos de desmoronar tu vida para volverla a levantar desde cero, o desde menos cero en algunos casos.
Lo único claro es que vivir, o mejor dicho, dejar de vivir por miedo a las consecuencias no deseadas, también nos priva de la oportunidad de intentar ser feliz. Al menos más feliz de lo que viven dentro de un muro soñando en cómo sería vivir fuera de él.
No estoy animando con esto a que nos divorciemos en masa, cualquiera que ha pasado por un proceso así sabe que nunca es fácil, que hay mucho dolor, mucha tristeza, frustración, culpa, sensación de fracaso, de deslealtad, de vergüenza incluso.

Pero la alternativa es peor. Porque todas esas emociones al final no son «negativas» como nos enseñan, son parte de la vida.

  • Es sano sentir sensación de fracaso cuando has puesto tanto de tu parte en un proyecto que no culmina, Lo contrario sería un insulto a esa relación y a esos años compartidos.
  • Es normal sentir culpa por influir en la vida de otro(s) sin su consentimiento, lo contrario sería una irresponsabilidad o una falta total de empatía.
  • Es normal sentir tristeza al ver tristes a personas importantes de tu vida, lo contrario sería no haberles amado nunca.
  • Es normal plantearse y replantearse si merece la pena aguantar esa ola destructiva que está arrasando la vida de tu familia, lo contrario sería no tener madurez para afrontar las consecuencias de los actos propios.

Pero todo eso tan duro de vivir encuentra al final su razón de ser. Al final, después de enfadarnos, de llorar, de renegar, de odiar incluso, de los reproches y los desprecios, cuando todos aprendemos a recolocarlos en nuestros nuevos lugares, más desconocidos posiblemente, pero más ciertos… Al final nos encontramos de pie donde elegimos estar.
No siempre será como pensamos que sería, no habrá sido siempre fácil ni cómodo el camino. Quizás sufrimos más en el cambio que habiendo permanecido inmóviles. Seguramente habremos experimentado la Soledad en mayúsculas. Puede que aún duela mirar algunas de las secuelas de nuestra decisión en  nosotros o en los demás. Pero tras todo eso y a pesar de ello, toca reconocernos en la persona que somos de verdad.

Una dosis de realidad

libro La Maternidad Sin Tabúes, de Nohemí Hervada

Libro «La Maternidad Sin Tabúes», de Nohemí Hervada

Idealizamos el amor y los compromisos e idealizamos también librarnos de ellos. Vivir en carne propia todo este proceso puede ser la oportunidad de aprender a distinguir el amor de la necesidad  o del miedo a estar solas. Puede que tengamos que experimentar cuánta fuerza se necesita para no vender nuestra alma por un abrazo.
Puede que descubramos que hay muchas más mujeres valientes de las que creemos. Con luchas mucho más difíciles y mucho menos reconocidas. Heroicidades silenciosas y solitarias. Gestas aparentemente nimias que pasan desapercibidas entre tanta batalla cotidiana.
La vida me ha permitido conocer a este tipo de mujeres valientes de verdad. Las que se enfrentan a situaciones que no están cien por cien en su mano cambiar y a pesar de ello, luchan y no se rinden.

piedrasHace falta mucha fuerza cuando la vida te pone de  frente  un Goliat y tú aún estás intentando encontrar las piedras para tu honda. Hay que ser muy valiente para librar todas las batallas que libramos todas y además, luchar contra un enemigo oculto dentro de ti, esperando devorarte.

Hay que ser de verdad valiente para vencer al desánimo, al dolor e impedir que te consuma  la justa rabia de sufrir algo tan cruel como injusto.

Yo conozco a mujeres de este tipo y cada día me pregunto de dónde sacan su fuerza.
Imagino que, al final, como todas las personas valientes, sea cual sea la lucha a la que se enfrentan, vencen al miedo con la única arma posible.

Un arma que adopta diferentes formas según se va necesitando: coraje, esperanza, determinación, optimismo.
Distintas formas que el AMOR adopta para cumplir su objetivo: vencer.

#NoEstásSola
#NoEstamosSolas

 

PD: Dedicado a Elo y a todas las mujeres valientes que han luchado y siguen luchando contra el cáncer

En persona es aún mejor

En persona es aún mejor

Sólo quedan...

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Hace ya más de 10 años, cuando leía a Nohemí Hervada en su primer blog Mimos y Teta, siempre pensaba que tenía un don, el don de dar voz a todas aquellas mujeres que yo acompañaba. Ponía en palabras intensas emociones y hablaba de sus sentimientos, escribía sobre sus miedos, ahondaba en sus crisis y renacimientos antes, durante y después de la maternidad. Me convertí en una ferviente admiradora de sus temas y su particular estilo de escritura.

Sus palabras llenas de locuacidad e ironía, hablaban de verdad, destilaban compromiso y recogían sin tabúes una realidad muy cotidiana para mi.

Siempre sentí que algún día coincidiríamos porque su manera de trabajar y la mía, tenían demasiadas cosas en común como para que no se diera la ocasión, aunque nos separasen kilómetros de distancia y de desfase horario. Nuestros caminos siguieron su curso, en lo personal y lo profesional, ganamos, perdimos, crecimos y de pronto un día, uno de sus boletines me dio la vuelta del revés. «Primera Promoción de Asesoras Continuum» rezaba. Leí curiosa en qué estaba enfrascada esta vez la mujer de los mil frentes y por primera vez, después de – entonces- 5 años acompañando a familias, me sentía identificada con algo de verdad. Su propuesta me llegó al alma, supe que era Asesora Continuum, sin saberlo y que quería formar parte de lo que estaba por suceder.

Un poco por instinto, como casi todas las cosas importantes que he hecho en mi vida, le escribí un fervoroso correo para felicitarla por el proyecto e informarme mejor de los detalles. Surgieron como siempre antes de un salto todos mis miedos y mis dudas, al respecto de mi poca experiencia en porteo y mi deseo de cursar su formación a pesar de que, por un momento, la inversión me parecía inalcanzable.

Dicen que #LoPrimeroEsSoñarlo y como no podía ser de otro modo recibí una cálida respuesta – extrañamente breve pero intensa – Fue un video, del que aún guardo una copia, y del que recuerdo cada una de las palabras. Mi respuesta también fue en video y algo rompió el abismo que nos había mantenido separadas. Era como conocerse de siempre.

vimeos nohe y yo

Después de ese video vinieron muchos otros vídeos y notas de audio. No pudimos abrazarnos en persona hasta dos años después. Con el tiempo lo digital se ha convertido en una herramienta imprescindible para optimizar nuestro trabajo diario y alimentar nuestra amistad en la distancia. Hemos forjado así, entre todas, una red internacional de mujeres, profesionales de la asesoría y el acompañamiento, trabajando junto a las familias y los profesionales de la salud para dar voz a los bebés, para cambiar el paradigma de la crianza. Decenas de mujeres emprendedoras, sanando sus historias, forjando retos, levantando emprendimientos, desde sus hogares y mientras conciliábamos y compartíamos nuestras crianzas y nuestras vidas con intensidad y alegría. ¡Sin duda quería formar parte de eso!

A menudo las mamás a las que asesoro me preguntan por Nohemí, es indudable que es un verdadero icono del porteo y la maternidad y quieren saber cómo es en persona, si realmente es tal cual la conocemos a través de las redes, los medios y su trabajo. Yo siempre les digo que en persona es aún mejor ;).  Sienten que soy afortunada de trabajar con ella y no les falta razón. Tengo una suerte infinita de que esté en mi vida, primero como formadora, puesto que Asesoras Continuum® supuso para mi un revulsivo a un proyecto que gestaba hacía tiempo, pero no era capaz de rentabilizar. Suposo la especialización y la práctica y ha significado, como ya he explicado en varias ocasiones, sentirme en casa, identificada con un fin, un próposito y, sobretodo, una manera de entender nuestro trabajo: de #SerContinuum

Porque si algo tiene esta bella mujer es que es «catalizadora«, es capaz de gestar vida allí donde llega, de atraer el cambio, de impulsar los sueños, de potenciar redes de apoyo, de dinamitar estructuras tóxicas entre mujeres para hacerlas brillar, aportar a mujeres y familias, las herramientas necesarias para vivir sus vidas en plenitud y empoderarlas desde lo más genuino.

Ver trabajar a Nohemí es un lujo…

Ser su amiga, una inmensa suerte…

Trabajar ahora a su lado, un verdadero provilegio…

Y acompañarla en este viaje, está siendo un auténtico regalo.

Chile nos espera con los brazos abiertos, seguimos sintiendo la calidez y el entusiasmo a kilómetros, por ahora en pequeñas dosis de audio, video y miles de correos… Granos fértiles que auguran el más caluroso abrazo de un país, que se gesta en el cambio, un cambio en femenino y sin duda va a contar con la mejor semilla para conseguirlo!

Porque #LoPrimeroEsSoñarlo !

¿y tú?

¿Te lo vas a perder?

Mamen Conte
Umuma, la aventura de ser familia
www.umuma.es

Vender el Alma por un Abrazo

Vender el Alma por un Abrazo

Una de las mejores cosas de mi vida es tener amigas de verdad.
De las que cuando estás mal te dicen:

«¿A quién hay que romperle las piernas?» o «¿A quién hay que odiar?»

Esas cosas de mujeres que sólo entiende quien ha vivido esa complicidad femenina, ese comadreo y esa lealtad de quien está dispuesto a todo para que sepas que son incondicionales.

Si hay que odiar a un ex, ellas serán las primeras.

Si hay que odiar a la nueva novia de un ex seguro que  son capaces de sacar una lista de motivos  más larga que una tenia.

Quien no ha pasado por esto igual ve maldad en estos hechos o machismo o lo que sea. Pero las mujeres, las mujeres que transitamos junto a otras mujeres el camino de la vida, sabemos que ser «políticamente correcto» es de todo menos femenino. Y es de todo menos positivo en un duelo.

Duelos

EN un duelo no eres muy racional:  tienes rabia, dolor, tristeza, autocomplacencia, te rebajas, intentas negociar, peleas, te rindes, reniegas y suplicas.
Si no lo has vivido no sabes lo que es un duelo. Si no has pasado por ahí vives anestesiado. No hiciste tu duelo. O es que no has perdido nada de real valor.

Cuando pierdes algo que amas no hay razón, ni cordura. Te vuelves loca por momentos.

Ellas, tus amigas, lo saben.

Y hacen lo que deben hacer en estos momentos: acompañarte.
Y poco a poco a medida que pasan las etapas, cuando has llorado, y has odiado, y has luchado y has gritado y has explotado y cuando te has rendido… aparecen para decirte las verdades.

Entonces sí: no antes.

Y la verdad que todas sabemos es que cuando alguien se va es que no quiere estar contigo. O no puede. Pero si no puede, es que en el fondo no quiere. Que cuando alguien no tiene el valor de estar contigo no te merece.

Somos diosas dadoras de vida.
Nada hay que empodere más a una mujer que saber que ha traspasado el umbral que une la vida y la muerte.
Nada hay más poderoso que saber que engendró y generó y mantuvo una vida.
Nada hay más poderoso que sentir que has traído al mundo algo tan único y tan valioso y que es tuyo.
Nada hay más fuerte que una madre luchando por sus crías.

Y eso asusta.
Asusta a veces hasta a los propios padres de nuestros hijos. Nos ven transformarnos en otra cosa. Ya no somos «su mujer». No todos están preparados, no todos están a la altura. No todos están dispuestos a hacer ese viaje de entrega, renuncia, sacrificio y cambio. O no a nuestro ritmo.

Porque  nada te cambia tanto como entregarte a criar.
Nada te enfrenta tanto a tus propias verdades y mentiras y miserias y miedos y angustias y carencias y heridas como ser responsable de otro ser de esta forma.
Nada te hace más fuerte que vencer tu propio deseo de salir huyendo de tanta responsabilidad.
Nada te hace más fuerte que darte cuenta que a veces quieres renunciar a ese sagrado privilegio para ser tú la abrazada, la cuidada, la amada incondicionalmente.
Y nada te hace más fuerte que no hacerlo.

A veces nuestra  propia falta del abrazo que ahora damos, de la presencia que ahora intentamos tener para nuestros hijos, de la incondicionalidad de nuestro amor por ellos…

Esa herida aún abierta que es ser conscientes de que no lo tuvimos. Que supura cada vez que renunciamos a algo por escoger darles con todas nuestras fuerzas el amor que merecen de la forma que merecen. Del modo que nosotros esperábamos. Del modo que merecíamos y no tuvimos…

A veces, eso nos resulta insoportable.

Y por momentos vendemos nuestra alma al diablo por ese abrazo.
Y soñamos con ser libres.
Cuando esa libertad no es más que ser prisionera.
Prisionera de la soledad de la niña que fuimos.
Prisionera de la necesidad de los abrazos que no recibimos y hoy añoramos.
Prisioneras de la falta del único amor de verdad incondicional que deberíamos haber esperado. Ese que pasó y no lo tuvimos.

Y ahora, a veces, encontramos seres especiales (porque lo son, o porque así les vemos).
Que descubren que añoramos los abrazos.
Y nos los dan.
Y nos enganchan.
Y les amamos. A ellos y a sus abrazos.
Y sentimos que queremos quedarnos  a vivir en sus brazos. Sentimos paz y calma, seguridad…  Sentimos reposo para el alma.
Y queremos  ser sólo eso que sentimos en esos momentos, con ellos, en sus brazos.

Pero no podemos. Porque no somos más aquélla niña.

Ahora somos nosotras quienes abrazamos y cuidamos.

Nos toca crecer para criar y hacer de nuestros hijos adultos más sanos.

Con menos heridas y menos carencias.

Con la etapa de ser niños colmada de cariño. Y de presencia y de respuesta y de consuelo y de compañía en muchas horas, las activas, y las muertas.

Y es tan duro renunciar algunas veces.

Es tan duro darnos cuenta que por momentos no nos compensa.

Es tan dura la lucha del corazón de la niña, del corazón de la mujer y del corazón de la diosa, madre y guerrera.
Atenea, Afrodita, Hera…

Sólo quien ha vivido esa lucha la comprende.

Sólo quien la ha llorado sabrá acompañarte.

Y sólo los hombres fuertes y valientes son capaces de entenderlo. Y de aceptar que les amemos, aunque no sean lo primero.

Sólo el que reconoce que también tiene una herida, buscará en nosotras el amor de una mujer, no el de otra cosa.

Y nos querrá por lo que somos, con lo que les podemos dar y con lo que les quitamos.

Entenderán que les compensa más un tiempo a medias con quien desean, con «su» mujer,  que todas las horas con otra sólo por suplir una carencia.

Amar es renunciar al egoísmo y al miedo.

No significa no serlo ni tenerlo.
Ser madre no me hizo menos egoísta y no me hizo no tener miedo. Pero me enseñó a verlo. A aceptarlo y enfrentarlo.
Soy egoísta porque a veces deseo estar yo sola. Ser dueña de todo mi tiempo. Dormir con quien quiero hasta que quiero. Hacer planes sin preguntar, mi libertad. Quiero lo mismo que cualquiera.
LA diferencia es que yo tengo además otro deseo.
Deseo disfrutar de mis hijos. Y deseo que ellos sepan… No, «que sepan» no, deseo que ellos sientan que son para mí, antes que otros, lo primero.
Deseo que vean a su madre feliz encontrando el equilibrio de ser feliz ella misma, con su vida, sus amores y sus cosas… pero sin que ellos paguen un precio.

No siempre será así. Ellos crecen, y algún día no querrán dormir conmigo, ni salir conmigo, ni abrazarme en público (ojalá no). Algún día sí podré dormir con quien quiera hasta cuando quiera, o sola. Algún día mis viajes serán de más de 2 días. Algún día podré ir a cenar sin hora de llegada. Algún día podré perderme en un sendero sin ellos.
Pero aún no. Y una vez más cito a Bei: «Las noches son largas y los años son cortos».

Y tengo miedo.

Miedo a no volver a amar de este modo. Y a no ser amada como quiero y merezco. Miedo a volverme descreída del amor a base de desengaños.

Como tú, soy egoista y tengo miedo.

Pero sobre todo lo que tengo… tengo amor.

Tengo amor del que vence el egoísmo y el miedo.

PD: Dedicado a mi madre.
Ahora te he comprendido más de lo que te comprendí nunca. Perdona por haberte juzgado tantas veces. Por haber odiado tus elecciones y tus prioridades. Ahora sé, que a veces, una sólo da lo que puede, lo que tiene.

Un Salto de fe

Un Salto de fe

Te invito a ver esta escena de la película Indiana Jones y la Última Cruzada.

Es un video muy usado en el coaching empresarial, aunque quizás el primero en plasmar esta idea fuera el propio Machado:

«Caminante no hay camino
Se hace camino al andar»

Creemos que vamos por un camino trazado de antemano por alguien o algo, incluso por nosotros mismos, cuando en realidad a cada paso que damos, incluso antes, con la intención de darlo creamos la realidad de ese momento.

da el primer paso y el camino aparecerá

Yo he tenido muchos momentos en mi vida de verdadero «bloqueo». De pánico. De incertidumbre, de no saber qué hacer.
Momentos en los que te planteas que tu realidad aunque no sea confortable es más soportable  que levantar el pie en el aire para dirigirte hacia lo desconocido.
Y en esos momentos es cuando necesitas un salto de fe como Indiana.
No todos tenemos esa fe, no todos la tenemos siempre. No todos somos personas decididas y animosas. De hecho, la mayoría somos bastante cobardes  y miedosos. Practicamos más a menudo de lo que pensamos aquello de :

«Virgencita, virgencita que me quede como estoy».

Entonces ¿cómo sacar fuerzas para dar el salto?

La fe va de confiar en algo. Pero no a ciegas. No en cualquier cosa. Ese sentido de «creencia ciega» ha sido transmitido por nuestra cultura judeocristiana, aunque en realidad no es correcto en origen.

La etimología de la palabra fe en hebreo, Emunah, transmite la idea de «verdad». Y el término griego usado en los evangelio (idioma en el que se escribió la mayoría de todo el Nuevo Testamento antes de ser traducidos al latín)  era «pistis»que según  Friberg´s Analytical Greek Lexicon (Léxico analítico griego de Friberg) significa: “Certidumbre, fe, confianza, seguridad”.
Así que la idea de creer algo porque sí, sin pruebas, ni habieno demostrado su verdad ni veracidad, no es fe. Es otra cosa, aunque todo el mundo lo llame así.

¿Qué tiene esto que ver contigo?

Como os decía antes, en momentos de dificultad, de retos, cuando estamos frente a un abismo que se nos antoja imposible, tenemos que dar el Salto de fe.Y eso significa confiar en algo que sea verdad.

A veces, como Indiana, necesitaremos que otro nos muestre el camino, que otros  nos recuerden lo que en momentos de bajón olvidamos: que tengamos fe en nosotros  mismos.

  • Si eres de los que a veces pierdes la fe en ti mismo.
  • Si estás en ese momento de tu vida que no crees capaz de dar un paso adelante
  • Si el abismo al que te enfrentas te parece más grande que tu propia capacidad
  • Si no encuentras el impulso para dar ese primer paso

Recuerda que todos los grandes caminos empiezan igual, con un solo paso. Levantando el pie en la dirección que quieres.
Recuerda que  somos nuestro peor enemigo. Que nuestro cerebro, experto en crearse su propia realidad engañosa, a veces nos ciega a la verdad y a lo evidente.
Recuerda que no tienes que hacerlo  solo. Te aconsejo que te rodees de gente que te conoce de verdad y te quiere. Porque como Henry Jones, ellos, cuando tú flaquees, te recodarán lo que es verdad.
Yo hoy he recibido ese tipo de empujón para mi propio salto de fe. En forma de llamadas y mensajes de amigas. Mensajes como este:

Amigas

Sin duda ven lo mejor de mi: Que no es todo lo que soy, porque también soy miedo a veces y dolor, y ganas de dejarlo todo e irme lejos.
Pero también soy eso que me recuerdan, y ese es mi impulso para levantar el pie… cada día. Porque la meta es el movimiento, unas veces más rápido y otras más lento. Pero seguir en marcha.
Si me dejas que te dé un consejo:

Si quieres trabajar por tu emprendimiento, por tu vida… invierte en tus relaciones personales.
Ese es tu mejor activo.

PD: Dedicado a «mis personas». Ellas saben quiénes son. GRACIAS infinitas. <3

emprende en femenino.- nohemi hervada

El que canta su mal espanta

El que canta su mal espanta

¿Alguna vez habéis tenido un día de esos horribles?

¿De esos que no quieres ni que te pregunten cómo estás?

¿Días en los que intentas disimular con pintalabios y tacones  la tristeza?

Yo hoy tenía uno de esos días.
Y el cuerpo me pedía quedarme en casa en pijama y desconectar del mundo. Pero tenía un compromiso, y no me gusta fallar ni en el plano profesional ni en el personal, y  la cita era con personas a las que me unen las 2 cosas.
Hoy se celebraba el I Aniversario de Espacio Vida,  y estaba invitada a participar haciendo un Círculo de Mujeres, así que allí fui.

Justo a la hora de mi participación empezó a llover, con lo que los planes se trastocaron un poco, pero decidí quedarme. A pesar de mi mal día, de las lágrimas al abrazar a algunas personas.

Ya sabéis que hay ciertos mecanismos que nos abren las compuertas emocionales:

  • -un «¿cómo estás?» sincero
  • -una mirada a los ojos de quienes te conocen
  • -un abrazo

Y yo hoy tuve de todo. Y lloré a ratos, como habría llorado en mi casa. Con una gran diferencia: no estaba sola.
Cuando estamos tristes tendemos a aislarnos, y es lo peor que podemos hacer.

 

Recuérdalo siempre, cuantas menos ganas tengas de ver gente,
más necesitas salir y rodearte de quienes te aprecian.

Hoy estuve cantando. A pesar del gris del cielo y de mi corazón, si estás oyendo a Arístides Moreno hablar de la vida, de la suerte que tenemos, de la empatía, de felicidad… si le oyes cantar y cantas con él, cambias.
Recordó él que cuando un grupo de personas se junta a hacer algo vibran en la misma frecuencia y hoy un grupo de personas cantamos juntas a la felicidad y al amor, y sonreímos. Y nos dimos cuenta que como él dice, si cambiamos nosotros, cambia el mundo

Cantar no hace desaparecer la causa de la tristeza, pero puede hacerte cambiar la emoción en el momento. Te saca de tu agujero negro de egocentrismo para mirar con más amplitud y más verdad.

Tenemos muchísimas razones para ser felices y frecuentemente nos dejamos absorber por las cosas negativas. Es cuestión de decidir, como casi todo en la vida.

Es cierto que las emociones negativas no debemos obviarlas. Para sobreponernos a la tristeza, tenemos que completar el ciclo,  aceptarla, darle su lugar, vivirla y dejarla ir. Pero eso es una cosa y otra recrearse en el dolor. Así que ante la tentación de regodearnos en nuestra pena, ya sabéis: cantad.

Para remate del día, Lola Cordero, nos ofreció un rato de baile que viví como un regalo del cielo.
Permitirse mover el cuerpo, disfrutar, mirar a los ojos a otra persona mientras sientes que el ritmo te lleva como quiere… bailar en círculo sintiendo la música, y las palabras…
Esa es una de las mejores terapias que conozco contra la tristeza.
Imaginadnos en una azotea, con bastante frío, amenazando lluvia, pero bailando al ritmo de estas canciones:

Y mientras cantaba:

«Todo aquel que piense que esta solo y que esta mal, 
tiene que saber que no es así, 
que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien.»

Miraba a mi alrededor y pensaba que es cierto: «a veces me siento sola, pero no estoy sola».
Y si acabas el rato de baile con esta canción, te ves olvidando tu día de mierda, que llevas con tacones desde las 11 de la mañana, que no has dormido nada la noche anterior, que te equivocaste de fecha al sacar unos billetes de avión,  que tu escapada romántica ya no va a ser y que al final del día, cuando se duerman tus hijos estarás sola…
Porque mis hijos ya duermen y yo no estoy sola: Estoy escribiendo para ti.

Voy a reír, voy a bailar 
Vivir mi vida lalalalá 
Voy a reír, voy a gozar 
Vivir mi vida lalalalá 

Voy a reír (eeso!), voy a bailar 
Vivir mi vida lalalalá 
Voy a reír, voy a gozar 
Vivir mi vida lalalalá 

A veces llega la lluvia 
Para limpiar las heridas 
A veces solo una gota 
Puede vencer la sequía 

Y para qué llorar, pa’ qué 
Si duele una pena, se olvida 
Y para qué sufrir, pa’ qué 
Si así es la vida, hay que vivirla 
Lalalé 

Voy a reír, voy a bailar 
Vivir mi vida lalalalá 
Voy a reír, voy a gozar 
Vivir mi vida lalalalá 

Eeeso! 

Voy ha vivir el momento 
Para entender el destino 
Voy a escuchar en silencio 
Para encontrar el camino 

Y para qué llorar, pa’ qué 
Si duele una pena, se olvida 
Y para qué sufrír, pa’ qué 
Si duele una pena, se olvida 
Lalalé 

Voy a reír, voy a bailar 
Vivir mi vida lalalalá 
Voy a reír, voy a gozar 
Vivir mi vida lalalalá 

Mi gente! 
Toooma! 

Voy a reír, voy a bailar 
Pa’ qué llorar, pa’ que sufrir 
Empieza a soñar, a reír 
Voy a reír (ohoo!), voy a bailar 
Siente y baila y goza 
Que la vida es una sola 
Voy a reír, voy a bailar 
Vive, sigue 
Siempre pa’lante 
No mires pa’trás 
Eeeso! 
Mi gente 
La vida es una haha 

Voy a reír, voy a bailar 
Vivir mi vida lalalalá 
Voy a reír, voy a gozar 
Vivir mi vida lalalalá