Ayer leía a una amiga lo estúpido que parece nombrar en inglés cosas que tienen su nombre en nuestra lengua, y yo que amo las palabras, en parte estoy de acuerdo.
A mí personalmente, me parece un snobismo llamar «muffin» a la magdalena de toda la vida, pero la lengua que utilizamos es algo vivo y nos guste o no, cambiante. A veces por necesidad, a veces por uso, a veces por modas… Nunca he oído a nadie usar «balompié», en vez de «fútbol», así que me temo que igual un día las magdalenas serán solo las representaciones de aquélla mujer que se cruzó un día con Jesús de Nazaret.
Pero volviendo al tema del título, hay una palabra que ya es parte del vocabulario habitual de la mayor parte del planeta sin ser angloparlantes: selfie.
¿Qué es un selfie?
Un selfie es una autofoto de toda la vida de dios.
Bueno de toda la vida no, porque hasta la llegada de los smartphones y tablets, hacerse fotos estaba reservado a las BBC (Bodas, Bautizos, Comuniones) y demás eventos especiales.
Cuando yo era pequeña la cámara de fotos no es que fuera algo desorbitado de precio, pero había que comprar el carrete ( máximo de 36 fotos) y revelarlo, lo que no era precisamente barato. Así que sin ser un lujo en sí, como tampoco era algo de primera necesidad, no entraba en el presupuesto habitual de la familia.
Y luego el tema logístico: hacerse una foto a uno mismo con esas cámaras era complicado. No todo el mundo tenía un trípode, ni un disparador automático, ni todas las cámaras permitían el disparo retardado. Así que en a mayoría de los casos más que complicado era imposible.
Así que lo habitual es que las fotos fueran grupales, o familiares, para aprovechar. De ese modo en vez de hacer una por persona salíamos todos a la vez. Bueno, todos salvo el que la hacía, que o bien se turnaba con algún otro del grupo, o lo más frecuente, fuera siempre ese que se ofrecía a hacerlas «porque le salen muy bien» al mínimo atisbo de asomar una cámara.
Casi nunca era que fuera el mejor fotógrafo, sino la persona que menos se gustaba a sí misma (recordad este detalle).
Creedme que sé de lo que hablo.
El deseo de prevalecer
Antes de la llegada de las cámaras de fotos familiares, ¿quién podía permitirse guardar su imagen para la posteridad o como recuerdo?
Pues la clase media, en situaciones contadas, cuando se iba a un fotógrafo profesional.
¿Y antes de eso?
Pues observemos las «redes sociales» de la época, es decir, los museos y palacios de hoy. En sus paredes vemos colgados los retratos de los nobles e ilustres que podían permitirse encargar retratos.
O estaba la opción de ser musa de artista, aunque fueras prostituta y de ese modo conseguir pasar a la historia
La mayoría de los pintores, que eran quienes podían y sabían se hicieron autorretratos, a veces series enteras. Auténticos selfies de su época que hoy admiramos
Si Las Meninas hubieran tenido un smartphone o una tablet sin duda la historia sería muy diferente
El caso es que estoy harta de leer a psicólogos ,expertos y opinólogos varios hablando de los trastornos que hay detrás de los selfies.
No digo que no tengan razón en algunos casos, incluso en muchos casos. Pero me repatea la necesidad de etiquetar todos los comportamientos humanos como patológicos.
Y por supuesto, a nivel personal, me repatea solemnemente que alguien crea saberse mi vida y milagros por las fotos que me hago o que me psicoanalice cuando ese no es más que UN aspecto de mi compleja psique (como de la de cualquiera, vaya).
Vivimos en una época totalmente audiovisual. En un mundo bombardeado de imágenes, donde las personas «de a pie» éramos siempre receptores. Ahora resulta que a mucha gente le parece bien, o divertido, o terapéutico, o lo que sea, no solo recibir imágenes de otros, sino emitirlas.
Y digo yo: ¿qué problema hay?
Como en todo, seguro que habrá nieveles de patología, por supuesto. Quienes se las hacen conduciendo y locuras por el estilo.
Pero es que locos los hay en todas las ramas (si yo hablara…).
En el mundo en el que yo me manejo que es entre mujeres principalmente, y particularmente entre madres, lo habitual es sentirse «inexistente».
La imagen femenina se ha usado y se usa para todo menos para hacer sentir bien a la propia mujer que la proyecta.
Crecemos con estereotipos imposibles de cumplir, oyendo continuamente adjetivos sobre nuestra imagen, no siempre positivos.
Digamos lo que digamos la imagen personal va asociada a ciertos prejuicios sociales, culturales, religiosos, etc. A veces incluso ideológicos.
Igual de prejuicio es decir que las guapas son tontas, a decir que las feas son más inteligentes. O que para ser activista de cualquier causa supuestamente importante hay que ser descuidada o poco femenina, o ir rapada o vestida de negro y con chanclas. Estereotipos todos. Prejuicios todos.
Si una mujer no se gusta, eso va a repercutir en su vida, en la personal, en la de pareja, en la familias, con sus hijos, con sus clientes, con sus vecinos… en toda su vida.
Decirle que su apariencia no importa no solo es mentira sino que es una estupidez.
Claro que la apariencia importa, que me hace a mí mucha gracia quienes presumen de importarles poco la suya pero contratan a un diseñador para su logo, su web o combinan las cortinas con el sofá y/o buscan hacer fotos bellas a paisajes.
Respeto a quien quiera negar las repercusiones de la imagen propia, en uno mismo y en los demás, pero por supuesto no lo comparto. Como diría una amiga, las personas son respetables siempre, las opiniones no.
Cuando trabajo con una mujer que no se gusta a sí misma una de mis recomendaciones es precisamente que se haga fotos. Que se las haga ella, llamándolas selfies o autofotos, o autorretratos o miradas en el espejo…. o que se haga una sesión con un profesional.
Que luego esas fotos las publique o no, eso ya depende de ella misma.
Pero alguien que se ha pasado la vida escondiéndose, odiándose incluso, por no ser como se supone debe ser, o repitiéndose constantemente que «a mi no me importa mi imagen porque eso es frívolo» y cosas parecidas, para tapar ese descontento o los complejos, lo que está haciendo es engañándose.
Porque su yo de verdad, se le saldrá por las costuras.
Y le saldrá en forma de burla o crítica a quienes son felices sintiéndose a gusto consigo mismas, o como yo digo: «ejerciendo de fea», lo que significa: intentar demostrar a todo el mundo que eso no te importa, cuando en realidad te importa tanto que te duele.
Y repito: sé perfectamente de lo que hablo.
El primer paso es Mirarse, reconocerse, cambiar si se desea cambiar algo…
la meta: llegar a gustarse.
Como mujer, como madre, y como facilitadora de talleres de desarrollo personal estoy harta de ver que si las mujeres tenemos baja autoestima en general, al ser madre la cosa puede agravarse aún más.
El rol de madre es tan intenso, que es fácil perder la propia identidad al servicio del cuidado de la familia. Pero sin entrar en detalle a analizar las connotaciones de ese hecho, voy a mencionar solo uno:
Si nuestros hijos tienen que decirnos algo como: «¡Mamá, ponte en la foto!»... no estamos contribuyendo mucho a visibilidad y dignificar nuestro papel.
Nuestros hijos nos ven preciosas, porque lo somos
(Conste que odio poner publi de esta empresa… pero es el que mejor refleja lo que quiero decir)
Yo fotografío a mis hijos porque les adoro y estoy orgullosa de ellos y quiero guardar muchos momentos…
Y me fotografío a mí misma porque por fin me quiero mucho más de lo que aprendí a quererme.
Y porque tengo derecho a ser vanidosa si me apetece… mi yo acomplejado lleva tantos años de ventaja en ese campo que puedo permitirme otros 30 y tantos de prevalencia del exhibicionista.
Y porque me da la gana
Y porque además… salgo monísima… que es algo que esas «feas» que me critican, al parecer no soportan.
Sigo siendo igual de buena profesional o no,
igual de buena madre o no,
igual de leal o no,
con selfies o sin ellos.
La diferencia es que soy libre de decidir hacer algo que me sienta bien a mi, y que sienta bien a gente que me importa.
Al resto, a esos que les molestan mis selfies o los de los demás…
Lo primero esto:
Y lo segundo:
deciros que me importa exactamente NADA vuestra opinión.