¿Tienes espíritu de funcionario?

¿Tienes espíritu de funcionario?

Soy hija y nieta de funcionarios. Conozco de cerca bastante de  lo bueno y lo malo de este trabajo.

Sé  lo que es la desidia en el trabajo, oír a compañeros de trabajo decir: «para lo que nos pagan demasiado hacemos» o » no te vuelvas loca que no te lo van a agradecer».

He vivido de cerca la injusticia de ver jefes con carrera que tienen el cargo y el sueldo, cuando subalternos hacen el trabajo de verdad.

funcionario ©Forges

©Forges

He visto funcionarios pasar la mañana leyendo periódicos o haciendo solitarios en su PC, mientras la mesa de algún otro se llenaba sin parar. Al buen trabajador se le premia con más trabajo, al inútil o indolente, precisamente con lo contrario, «a Martínez no se lo encargues que es un inútil, si quieres que se haga dáselo a López».

El motivo por el que la  mayoría de la población sueña con ser funcionario no es precisamente por su vocación de servicio, si no  porque tenemos interiorizado que al conseguir «tu plaza» , tendrás la ansiada SEGURIDAD que todo el mundo persigue. Es como lo de «una vez salvo, siempre salvo» que rezan algunas religiones, o lo que es lo mismo: «esfuérzate ahora y luego échate a dormir»

©Forges

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Esa aspiración es comprensible en un país donde la tasa de paro es vergonzosa y preocupante. En épocas difíciles, saber que pase lo que pase, a final de mes entra el sueldo  (aunque sea poco) da mucha tranquilidad. Que se lo digan a mi familia de  7 miembros que dependía de ese único sueldo fijo.
Un trabajo fijo y seguro, para toda la vida. Esto era lo que querían nuestros padres para nosotros, y esto es lo que una gran parte de la población ha comprado como la clave del éxito.
Por ello hay jóvenes ( y no tan jóvenes) encerrados durante meses y/o años, estudiando para aprobar un examen con nota, para conseguir la ansiada plaza que le compense el esfuerzo de tanto tiempo.

¿Es malo eso?

Depende.
Veamos la etimología de la palabra funcionario. Dice Amando de Miguel, en esta publicación:

La palabra ‘funcionario’ entra en el español muy tarde, a mediados del siglo XIX, cuando se organiza el Estado liberal. Claramente viene del francés (fonctionaires), puesto que Francia era entonces el modelo del Estado.

Antes de eso, existía en español la palabra ‘función’, derivada del latín, en el sentido de “ejercicio de algún empleo, facultad u oficio”. Ese ejercicio llevaba consigo la noción de cumplimiento de una obligación. Cuando esa función se hace “pública”, el que la ejecuta es el “funcionario”.

Tampoco está mal la idea de “servidor público” (civil servant). Es de admirar ese tipo de funcionario que realmente disfruta de su trabajo, siempre dispuesto a atender al público. Está también la caricatura del funcionario resentido cuyo empeño parece ser el de poner trabas a los administrados.

¿Qué es un funcionario?

El término funcionario tiene su origen en el latín. Proviene de functio, functionis cuyo significado es ejecución, cumplimiento, ejercicio, desempeño. Esa palabra a su vez está formada por functus, supino de fungor, fungi, functus sum que es desempeñar, cumplir con, ejercer un cargo del Estado. A esa raíz func-, se le agrega el sufijo -tio(n) que indica acción y efecto, más el sufijo –arius que denota lugar. Puede considerarse entonces que el concepto etimológico de este vocablo es el que ejerce la acción y efecto de un cargo del Estado. (Leer más en Quees.la )

Según  la web Definición.es

Lo habitual es que el funcionario público tenga condiciones más beneficiosas (horario reducido, vacaciones más extensas, mayor seguridad laboral) para evitar que los mejores hombres trabajen en el negocio privado y lograr que permanezcan al servicio de la sociedad en general a través de las dependencias estatales.

 

©Morgan

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Así, con estas definiciones en  mente, entendemos que un funcionario es un trabajador que el Estado contrata para un servicio público, al que se le da ciertos beneficios añadidos a la remuneración por su trabajo, para asegurarse de que se cuenta con los mejores profesionales. A día de hoy, si el beneficio no es la cuantía de su sueldo, sí lo es la seguridad del mismo.
Ese debió ser el origen de este sistema, y no dudo que haya funcionarios así,  pero  la realidad es que la expresión «espíritu de funcionario» no define al trabajador servicial y vocacional, sino  a un tipo de persona que ha hecho suyo el lema del «mínimo esfuerzo». Todos conocemos ( y sufrimos) un gran número de funcionarios que no sólo no son los mejores trabajadores en su oficio, sino que han llegado a ser tan indolentes y tener tan mala actitud para el servicio, que fuera de la administración, nadie les contrataría para su empresa privada.

¿Es peligroso el «espíritu de funcionario?

Por supuesto.

  • Es una lacra para el sistema público.
    Mantener empleados públicos que no son rentables y/o que son una lacra para el propio sistema (haced una encuesta entre vuestros amigos funcionarios a ver si no tienen algunos compañeros que desearían eliminar de un plumazo). Hablo del daño para la sociedad en conjunto.
  • Son los mejores embajadores de  la cultura del miedo.
    No el miedo sano, que puede ser impulsor, sino del otro, del paralizante. Esa idea de que hay que aguantar lo que sea para «mantener el trabajo». Porque «como no somos funcionarios y no tenemos nuestro trabajo seguro», tenemos que tener al patrón contento y ser buenos empleados, lo que suele traducirse en tragar con injusticias y pérdida de derechos. No creo que necesite daros ejemplos, seguro que todos habéis vivido en carne propia o de cerca estas situaciones.
  • No construyen, sólo demuelen.
    Si se sienten amenazados atacan al enemigo equivocado. En ciertas profesiones que antes eran siempre públicas, sacarse la carrera ya era garantía de tener trabajo. Así por ejemplo, quien estudiaba la especialidad de matrona, por ejemplo, sabía que tenía trabajo seguro. Pero en época de recortes y de menos contratación de empleo público, resulta que hay miles de individuos que se han pasado años preparándose para al acabar tener «su plaza fija», y ahora se encuentran donde nos encontramos todos: teniendo que buscarnos las habichuelas.
    Esto hace que no baste con haber sido un lumbreras en la época de estudiante o residente, porque ahora si quiero trabajar tengo que buscarme la vida por mi cuenta, y lo más duro para las personas con espíritu de funcionario,  es asumir que hay que seguir trabajando cada día. Saber que hay  que ser tan bueno que consiga que me paguen los usuarios directamente, en vez de ir a quienes provee el sistema público de salud sin coste añadido.
    Y claro, el cliente, al final es un tribunal más duro que el de los exámenes de la oposición. Porque tienes que examinarte cada día, con cada cliente, con cada servicio que prestas. Porque el cliente sí puede despedirnos. Y esta verdad es algo para lo que los individuos con espíritu de funcionario no se prepararon nunca.
    Por eso vemos a este colectivo en concreto muerto de miedo ante la nueva realidad que vivimos todos. Un escenario profesional amplio, cambiante y diverso. Donde las mujeres se informan, buscan, deciden y eligen. Y viendo que el sistema público no cumple sus expectativas, lo que hacen es buscar entre los profesionales que trabajan por cuenta propia aquél que les parece que responde a su necesidad. En ese marco, como pasa siempre que una sociedad cambia y evoluciona, aparecen nuevas profesiones para dar respuesta a las nuevas demandas.
    Así, cuando vemos a matronas atacar a las doulas, a las parteras, a las asesoras de maternidad, a las asesoras de porteo o a las fisioterapeutas, lo que vemos realmente es su incompetencia para ser un  colectivo  profesional compuesto por personas profesionales que la gente este dispuesta a contratar y  pagar.
    Porque las matronas buenas de verdad, trabajan. O dentro del sistema o fuera. Pero no andan llorando ni culpando al mundo de sus desgracia profesional. Lo que hacen es asumir ellas la responsabilidad de sus vidas y sus trabajos. Vamos, como hacen los abogados, fontaneros, dentistas y mecánicos. Como todo hijo de vecino.
  • Se contagia
    Quizás esta es la peor parte. Porque a veces consiguen que hasta personas sensatas y con buen juicio entren en pánico y actúen de forma totalmente incoherente.
    Y resulta entonces que la fantasía en la que viven este tipo de personas acaba siendo una realidad para más gente. Gente que se olvida que en nuestro país, por ejemplo, el intrusismo es un delito personal, que no se puede acusar a todo un colectivo de intrusismo, a riesgo de que sean ellos los que acaben denunciados por atentar contra el honor del colectivo o por competencia desleal.
    Gente que se olvida que existe la libertad personal, la libertad de elección y la Ley de autonomía del paciente.
    Gente que se olvida que incluso la Ley se orienta hacia la liberalización de servicios y facilidad de acceso al mercado laboral, no justo  lo contrario (Ley Omnibus).
    Gente, en definitiva, que en vez de aprender de la competencia, como hace cualquier emprendedor y/o profesional inteligente, se dedica a difamar  y a ladrar. En ocasiones usando tácticas más propias de terroristas que de personas profesionales en la que depositar nuestra confianza.

En resumen,  si tienes este horrible virus letal llamado «espíritu de funcionario» te aconsejo que cuanto antes lo destierres de tu vida.

  • 5000 firmas contra las doulasAsume de una vez tu responsabilidad personal y deja de querer que el «papá estado» te solucione la vida.
  • Deja de culpar a los demás que no te escogen a ti por saber lo que quieren
  • Deja de arremeter contra aquellas personas, profesionales,  que han demostrado saber escuchar a sus clientes, dándoles lo que piden.
  • Deja de criticar a quienes  han sabido «inventarse» una profesión y que día a día demuestran que saben venderla. Porque son buenas en lo suyo. Porque los «malos», esos, acaban «cerrando».
  • En definitiva:  deja ya de buscar «portadas» y busca «trabajo»…

o mejor no, mejor lee algunos fragmentos del texto que  escribió hace poco Risto Mejide para El Periódico.com: y que te invito a leer completo:

@Ristomejide

 «No busques trabajo»

(…)
No utilices el verbo buscar.

Utiliza el verbo crear. Utiliza el verbo reinventar. Utiliza el verbo fabricar. Utiliza el verbo reciclar. Son más difíciles, sí, pero lo mismo ocurre con todo lo que se hace real. Que se complica.
(…)

Mejor búscate entre tus habilidades. Mejor busca qué sabes hacer. Qué se te da bien. Todos tenemos alguna habilidad que nos hace especiales. Alguna singularidad. Alguna rareza. Lo difícil no es tenerla, lo difícil es encontrarla, identificarla a tiempo. Y entre esas rarezas, pregúntate cuáles podrían estar recompensadas. Si no es aquí, fuera. Si no es en tu sector, en cualquier otro. Por cierto, qué es un sector hoy en día.

No busques trabajo. Mejor busca un mercado. O dicho de otra forma, una necesidad insatisfecha en un grupo de gente dispuesta a gastar, sea en la moneda que sea. Aprende a hablar en su idioma. Y no me refiero sólo a la lengua vehicular, que también.
(…)

Y a continuación, déjate la piel por que quede encantado de haberte conocido. No escatimes esfuerzos, convierte su felicidad en tu obsesión. Hazle creer que eres imprescindible. En realidad nada ni nadie lo es, pero todos pagamos cada día por productos y servicios que nos han convencido de lo contrario.

Por último, no busques trabajo. Busca una vida de la que no quieras retirarte jamás. Y un día día en el que nunca dejes de aprender. Intenta no venderte y estarás mucho más cerca de que alguien te compre de vez en cuando. Ah, y olvídate de la estabilidad, eso es cosa del siglo pasado. (…)

PD: Gracias  A Lorena Moncholí por su asesoramiento.
Lorena es madre y abogada especialista en derecho sanitario, familia, maternidad e infancia

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Sí duele, mucho. Pero no vas a morir

Sí duele, mucho. Pero no vas a morir

Dicen que todos los miedos son en realidad el mismo miedo:
el miedo a morir.

La muerte es el miedo por excelencia, porque acaba con toda la esperanza que, mientras hay vida, no todos, pero algunos, nos empeñamos en mantener.
Y  así los miedos que vamos acumulando o de los que nos despedimos en uno u otro momento,  o aquéllos que transformamos y trocamos son al final el mismo.

Por eso todos sabemos lo que es. Por eso todos podemos comprender qué es el miedo. Todos sentimos la misma emoción, por una u otra causa, la manifestaremos de forma diferente, en mayor o menor grado, pero  todos tenemos en el miedo a un viejo conocido.
Precisamente por ser tan conocido, tan común y tan universal y atemporal el miedo ha sido usado como arma, como elemento de control y de sumisión. La religión, la política, la cultura, la sociedad, la familia… en todos los estamentos y organizaciones ha habido quien ha encontrado en el miedo el mejor aliado para someter a los demás para su provecho.

Hoy, yo como adulta, puede que no le tenga miedo a la oscuridad, o a los fantasmas, a los payasos o a los bichos… pero mi capacidad de sentir miedo sigue ahí.

He conocido el miedo que produce la incertidumbre. Durante una época de mi vida vivía casi al día y tuve que ser capaz de sobreponerme a la parálisis del miedo a la indigencia.

Más adelante en una época de mala salud tuve que lidiar con el miedo a tener una enfermedad incapacitante y a si sería capaz de vivir con las limitaciones que eso podría suponer. Por fortuna, sólo fue algo temporal. Pero me recordó lo frágil que son algunas cosas que damos por sentado, y lo afortunadas que somos la mayoría de las personas por tener miedo a una enfermedad grave y no por tenerla.

He vivido el miedo por la gente que quiero. Por sus vidas  y sus muertes.

He vivido el miedo a quedar atrapada en una vida que nos iba robando la felicidad poco a poco, y  cuando decidí salir, tuve que afrontar el miedo a acabar peor de lo que estaba.

Conocí el miedo como madre.

Miedo a que a mi hijo le pasara algo malo cuando alguien con mucha buena intención y muy poco tacto me dijo que llevaba mucho tiempo sin comer bien y que seguramente le faltó glucosa a su cerebro. Recuerdo como ahora mismo el pánico de pensar que yo había provocado lesiones cerebrales a mi bebé. (Este detalle nunca lo olvido cuando hago una asesoría de lactancia= que nunca sea yo causa de más miedo para una madre).

Viví en primera persona el miedo a no ser lo bastante buena madre hasta que la muerte de mi segundo bebé me enseñó la más valiosa y dura lección de toda mi vida:

«hay algo peor que no sentirse una buena madre,

es no poder ser madre de ese ser que amas».

En el duelo por Altair aprendí la mayor parte de lo que sé sobre el miedo, sobre dolor, sobre sufrimiento, sobre fases y etapas, y retrocesos, y tristeza, y rabia y negociación, y resignación, y transformación… y sanación.

En mi tercer embarazo creo que apenas sentí nada que no fuera miedo. Hoy sé que era mi forma de amor, pero yo lo vivía como miedo. Me habían arrancado mi inocencia y había visto la muerte cara a cara. La imagen del pequeño cuerpo de Altair  sin vida era como el único combustible del que se alimentaba mi miedo. Pero no era así. Porque mi hija me regalaba señales para decirme: «mamá, estoy aquí». Y eso me ayudaba a no desfallecer de puro miedo a perderla.

Atravesé el umbral de la vida y la muerte que es un parto. En ese momento en el que tu mente, tu cuerpo y tu alma te dice «no puedo», en ese momento, el único antídoto que conozco al miedo que es el Amor me gritaba. «Sí puedes. Vas a poder.»
Y yo repetía esas mismas palabras para mi y para mi hija: «Vamos a poder» «Vamos a poder».

Y pudimos. Con el miedo, con la muerte y con la incertidumbre. 

Después de eso nunca me sentí tan fuerte ni tan viva ni tan alejada de la muerte. Hasta mi cuerpo experimentó un despertar a la vida que no había conocido antes.

Y decidí que no sería presa del miedo nunca más.

Y cuando supe que mi vida no era como quería decidí cambiarla. Lamento haber dañado con ello a otras personas, pero estoy convencida que no hacerlo habría sido mucho peor.

Ninguna dinámica mantenida por el miedo a la soledad o por el miedo a no dañar acaban siendo positivas. Si no se mantienen por amor, es por miedo. Y el miedo no es un buen vinculador, o al menos, no para la felicidad, o no como yo la entiendo o la quiero entender.

Y fui feliz un tiempo, quizás demasiado, como dirían los dioses griegos, para una simple mortal y sufrí otra vez el miedo en forma de engaño y abandono.

Y lloré. Lloré como no recordaba haber llorado antes. No sé si de niña lloré mucho, creo que no, me recuerdo más bien enfadada que llorando. Sea como fuere, en esas semanas, y meses, y años, lloré por fuera y por dentro. Lloré hasta creer secarme. Lloré de miedo a estar sola.

¿Por qué os cuento todo esto?

Porque da igual que tengas 1 mes, 15 años, 22 o 44, cualquier miedo, sea a la oscuridad, a estar solo, a que no te quiera nadie, a que no sepas si  tendrás un techo y comida mañana o a cualquier otra cosa, es al final una forma del único miedo, el único real : a morir.
Pero eso no va a hacer que no  sientas los miedos y que no te duelan los duelos.

Los duelos duelen, mucho.

Algunos por imprevisibles, otros por traicioneros, otros por inesperados, otros por injustos, otros por inmerecidos, otros por desoladores, otros por revividos, otros por  impuestos, y a veces por todo junto.

Duele. y lloras, y sigues llorando. Y cuando crees que no te quedan lágrimas, algo te devuelve a la casilla de salida y descubres que aún hay más dolor y más llanto y más angustia y más vacío.

Y crees morir o quieres morir aunque sea un rato para no sentir dolor.  Porque aún vive en ti ese miedo, el miedo a la soledad, a la oscuridad, pero no a la soledad de perder a esa persona que hoy lloras, no el miedo a la oscuridad que sabes que tarde o temprano se disipará con el día, sino el miedo a la soledad y oscuridad eterna: a la muerte.

Y sólo nos queda sacar nuestra última arma para transitar ese camino sin perdernos en él  para siempre. Lo que nos salva al final de la locura y la desesperación: el amor.

El de verdad, no el que te juró alguien con más miedo a estar solo que tú a la luz de una luna, no. El amor de verdad, el amor a la vida, el amor a tu propia vida y  de aquellos a los que quieres y te quieren de verdad, sin egoísmo ni rebajando su y tu dignidad. El amor en mayúsculas.

Tabla de salvaciónYo, a veces, he envidiado, envidio hoy, a quien se queda en el miedo a estar solo y se agarra a la primera  tabla de salvación que encuentra. Pero las personas no somos tablas de salvación unas de otras.  Así que como escribí el otro día, no es que yo no sea egoísta, y no tenga miedo. Seguramente tenga más que tú.
Pero yo he decidido vencerlo. Aún no he ganado, pero estoy en ello.
Ahora toca llorar, mucho. Y toca sentir el dolor, mucho y muy fuerte…

Pero si algo sé… es que de esto no voy a morir.

 

Vender el Alma por un Abrazo

Vender el Alma por un Abrazo

Una de las mejores cosas de mi vida es tener amigas de verdad.
De las que cuando estás mal te dicen:

«¿A quién hay que romperle las piernas?» o «¿A quién hay que odiar?»

Esas cosas de mujeres que sólo entiende quien ha vivido esa complicidad femenina, ese comadreo y esa lealtad de quien está dispuesto a todo para que sepas que son incondicionales.

Si hay que odiar a un ex, ellas serán las primeras.

Si hay que odiar a la nueva novia de un ex seguro que  son capaces de sacar una lista de motivos  más larga que una tenia.

Quien no ha pasado por esto igual ve maldad en estos hechos o machismo o lo que sea. Pero las mujeres, las mujeres que transitamos junto a otras mujeres el camino de la vida, sabemos que ser «políticamente correcto» es de todo menos femenino. Y es de todo menos positivo en un duelo.

Duelos

EN un duelo no eres muy racional:  tienes rabia, dolor, tristeza, autocomplacencia, te rebajas, intentas negociar, peleas, te rindes, reniegas y suplicas.
Si no lo has vivido no sabes lo que es un duelo. Si no has pasado por ahí vives anestesiado. No hiciste tu duelo. O es que no has perdido nada de real valor.

Cuando pierdes algo que amas no hay razón, ni cordura. Te vuelves loca por momentos.

Ellas, tus amigas, lo saben.

Y hacen lo que deben hacer en estos momentos: acompañarte.
Y poco a poco a medida que pasan las etapas, cuando has llorado, y has odiado, y has luchado y has gritado y has explotado y cuando te has rendido… aparecen para decirte las verdades.

Entonces sí: no antes.

Y la verdad que todas sabemos es que cuando alguien se va es que no quiere estar contigo. O no puede. Pero si no puede, es que en el fondo no quiere. Que cuando alguien no tiene el valor de estar contigo no te merece.

Somos diosas dadoras de vida.
Nada hay que empodere más a una mujer que saber que ha traspasado el umbral que une la vida y la muerte.
Nada hay más poderoso que saber que engendró y generó y mantuvo una vida.
Nada hay más poderoso que sentir que has traído al mundo algo tan único y tan valioso y que es tuyo.
Nada hay más fuerte que una madre luchando por sus crías.

Y eso asusta.
Asusta a veces hasta a los propios padres de nuestros hijos. Nos ven transformarnos en otra cosa. Ya no somos «su mujer». No todos están preparados, no todos están a la altura. No todos están dispuestos a hacer ese viaje de entrega, renuncia, sacrificio y cambio. O no a nuestro ritmo.

Porque  nada te cambia tanto como entregarte a criar.
Nada te enfrenta tanto a tus propias verdades y mentiras y miserias y miedos y angustias y carencias y heridas como ser responsable de otro ser de esta forma.
Nada te hace más fuerte que vencer tu propio deseo de salir huyendo de tanta responsabilidad.
Nada te hace más fuerte que darte cuenta que a veces quieres renunciar a ese sagrado privilegio para ser tú la abrazada, la cuidada, la amada incondicionalmente.
Y nada te hace más fuerte que no hacerlo.

A veces nuestra  propia falta del abrazo que ahora damos, de la presencia que ahora intentamos tener para nuestros hijos, de la incondicionalidad de nuestro amor por ellos…

Esa herida aún abierta que es ser conscientes de que no lo tuvimos. Que supura cada vez que renunciamos a algo por escoger darles con todas nuestras fuerzas el amor que merecen de la forma que merecen. Del modo que nosotros esperábamos. Del modo que merecíamos y no tuvimos…

A veces, eso nos resulta insoportable.

Y por momentos vendemos nuestra alma al diablo por ese abrazo.
Y soñamos con ser libres.
Cuando esa libertad no es más que ser prisionera.
Prisionera de la soledad de la niña que fuimos.
Prisionera de la necesidad de los abrazos que no recibimos y hoy añoramos.
Prisioneras de la falta del único amor de verdad incondicional que deberíamos haber esperado. Ese que pasó y no lo tuvimos.

Y ahora, a veces, encontramos seres especiales (porque lo son, o porque así les vemos).
Que descubren que añoramos los abrazos.
Y nos los dan.
Y nos enganchan.
Y les amamos. A ellos y a sus abrazos.
Y sentimos que queremos quedarnos  a vivir en sus brazos. Sentimos paz y calma, seguridad…  Sentimos reposo para el alma.
Y queremos  ser sólo eso que sentimos en esos momentos, con ellos, en sus brazos.

Pero no podemos. Porque no somos más aquélla niña.

Ahora somos nosotras quienes abrazamos y cuidamos.

Nos toca crecer para criar y hacer de nuestros hijos adultos más sanos.

Con menos heridas y menos carencias.

Con la etapa de ser niños colmada de cariño. Y de presencia y de respuesta y de consuelo y de compañía en muchas horas, las activas, y las muertas.

Y es tan duro renunciar algunas veces.

Es tan duro darnos cuenta que por momentos no nos compensa.

Es tan dura la lucha del corazón de la niña, del corazón de la mujer y del corazón de la diosa, madre y guerrera.
Atenea, Afrodita, Hera…

Sólo quien ha vivido esa lucha la comprende.

Sólo quien la ha llorado sabrá acompañarte.

Y sólo los hombres fuertes y valientes son capaces de entenderlo. Y de aceptar que les amemos, aunque no sean lo primero.

Sólo el que reconoce que también tiene una herida, buscará en nosotras el amor de una mujer, no el de otra cosa.

Y nos querrá por lo que somos, con lo que les podemos dar y con lo que les quitamos.

Entenderán que les compensa más un tiempo a medias con quien desean, con «su» mujer,  que todas las horas con otra sólo por suplir una carencia.

Amar es renunciar al egoísmo y al miedo.

No significa no serlo ni tenerlo.
Ser madre no me hizo menos egoísta y no me hizo no tener miedo. Pero me enseñó a verlo. A aceptarlo y enfrentarlo.
Soy egoísta porque a veces deseo estar yo sola. Ser dueña de todo mi tiempo. Dormir con quien quiero hasta que quiero. Hacer planes sin preguntar, mi libertad. Quiero lo mismo que cualquiera.
LA diferencia es que yo tengo además otro deseo.
Deseo disfrutar de mis hijos. Y deseo que ellos sepan… No, «que sepan» no, deseo que ellos sientan que son para mí, antes que otros, lo primero.
Deseo que vean a su madre feliz encontrando el equilibrio de ser feliz ella misma, con su vida, sus amores y sus cosas… pero sin que ellos paguen un precio.

No siempre será así. Ellos crecen, y algún día no querrán dormir conmigo, ni salir conmigo, ni abrazarme en público (ojalá no). Algún día sí podré dormir con quien quiera hasta cuando quiera, o sola. Algún día mis viajes serán de más de 2 días. Algún día podré ir a cenar sin hora de llegada. Algún día podré perderme en un sendero sin ellos.
Pero aún no. Y una vez más cito a Bei: «Las noches son largas y los años son cortos».

Y tengo miedo.

Miedo a no volver a amar de este modo. Y a no ser amada como quiero y merezco. Miedo a volverme descreída del amor a base de desengaños.

Como tú, soy egoista y tengo miedo.

Pero sobre todo lo que tengo… tengo amor.

Tengo amor del que vence el egoísmo y el miedo.

PD: Dedicado a mi madre.
Ahora te he comprendido más de lo que te comprendí nunca. Perdona por haberte juzgado tantas veces. Por haber odiado tus elecciones y tus prioridades. Ahora sé, que a veces, una sólo da lo que puede, lo que tiene.

Un Salto de fe

Un Salto de fe

Te invito a ver esta escena de la película Indiana Jones y la Última Cruzada.

Es un video muy usado en el coaching empresarial, aunque quizás el primero en plasmar esta idea fuera el propio Machado:

«Caminante no hay camino
Se hace camino al andar»

Creemos que vamos por un camino trazado de antemano por alguien o algo, incluso por nosotros mismos, cuando en realidad a cada paso que damos, incluso antes, con la intención de darlo creamos la realidad de ese momento.

da el primer paso y el camino aparecerá

Yo he tenido muchos momentos en mi vida de verdadero «bloqueo». De pánico. De incertidumbre, de no saber qué hacer.
Momentos en los que te planteas que tu realidad aunque no sea confortable es más soportable  que levantar el pie en el aire para dirigirte hacia lo desconocido.
Y en esos momentos es cuando necesitas un salto de fe como Indiana.
No todos tenemos esa fe, no todos la tenemos siempre. No todos somos personas decididas y animosas. De hecho, la mayoría somos bastante cobardes  y miedosos. Practicamos más a menudo de lo que pensamos aquello de :

«Virgencita, virgencita que me quede como estoy».

Entonces ¿cómo sacar fuerzas para dar el salto?

La fe va de confiar en algo. Pero no a ciegas. No en cualquier cosa. Ese sentido de «creencia ciega» ha sido transmitido por nuestra cultura judeocristiana, aunque en realidad no es correcto en origen.

La etimología de la palabra fe en hebreo, Emunah, transmite la idea de «verdad». Y el término griego usado en los evangelio (idioma en el que se escribió la mayoría de todo el Nuevo Testamento antes de ser traducidos al latín)  era «pistis»que según  Friberg´s Analytical Greek Lexicon (Léxico analítico griego de Friberg) significa: “Certidumbre, fe, confianza, seguridad”.
Así que la idea de creer algo porque sí, sin pruebas, ni habieno demostrado su verdad ni veracidad, no es fe. Es otra cosa, aunque todo el mundo lo llame así.

¿Qué tiene esto que ver contigo?

Como os decía antes, en momentos de dificultad, de retos, cuando estamos frente a un abismo que se nos antoja imposible, tenemos que dar el Salto de fe.Y eso significa confiar en algo que sea verdad.

A veces, como Indiana, necesitaremos que otro nos muestre el camino, que otros  nos recuerden lo que en momentos de bajón olvidamos: que tengamos fe en nosotros  mismos.

  • Si eres de los que a veces pierdes la fe en ti mismo.
  • Si estás en ese momento de tu vida que no crees capaz de dar un paso adelante
  • Si el abismo al que te enfrentas te parece más grande que tu propia capacidad
  • Si no encuentras el impulso para dar ese primer paso

Recuerda que todos los grandes caminos empiezan igual, con un solo paso. Levantando el pie en la dirección que quieres.
Recuerda que  somos nuestro peor enemigo. Que nuestro cerebro, experto en crearse su propia realidad engañosa, a veces nos ciega a la verdad y a lo evidente.
Recuerda que no tienes que hacerlo  solo. Te aconsejo que te rodees de gente que te conoce de verdad y te quiere. Porque como Henry Jones, ellos, cuando tú flaquees, te recodarán lo que es verdad.
Yo hoy he recibido ese tipo de empujón para mi propio salto de fe. En forma de llamadas y mensajes de amigas. Mensajes como este:

Amigas

Sin duda ven lo mejor de mi: Que no es todo lo que soy, porque también soy miedo a veces y dolor, y ganas de dejarlo todo e irme lejos.
Pero también soy eso que me recuerdan, y ese es mi impulso para levantar el pie… cada día. Porque la meta es el movimiento, unas veces más rápido y otras más lento. Pero seguir en marcha.
Si me dejas que te dé un consejo:

Si quieres trabajar por tu emprendimiento, por tu vida… invierte en tus relaciones personales.
Ese es tu mejor activo.

PD: Dedicado a «mis personas». Ellas saben quiénes son. GRACIAS infinitas. <3

emprende en femenino.- nohemi hervada

¿Y tú, ves enemigos?

¿Y tú, ves enemigos?

Hace años yo trabajaba en una empresa del sector servicios. Nuestros clientes eran turistas a los que por supuesto no conocíamos de nada. Recuerdo a alguien de mi oficina que tenía la costumbre de comentarnos al resto de compañeros en voz baja  cuando entraba un cliente por la puerta: «Ya viene otro tonto», o cosas por el estilo.

Mal servicio al clienteHe recordado esas escenas muchas veces, las he sufrido en carne propia cuando he llegado yo como cliente o usuaria de algún servicio y he notado cómo mi llegada «molestaba» al empleado que estaba manteniendo una conversación personal.

Entiendo que no todo el mundo tiene un trabajo vocacional, y que un mal día lo tenemos todos, pero en algunas personas, ese desprecio por el prójimo, eso que yo llamo  «ver enemigos en todas partes» es un hábito,  la regla y no la excepción.

Antes se decía que eso solo se lo podían permitir los funcionarios, por aquello de que no les iban a echar aunque hicieran su trabajo de cualquier forma. He de decir que desgraciadamente la práctica de «ver al enemigo» por todas partes no hace distinción entre fijos o eventuales. He encontrado gente con esa actitud en prácticamente todos los sectores y en todo tipo de puestos de trabajo.
Y si no fuera tan triste parecería el guión de una película

Estas semanas concretamente he estado pensando en 2 campos en los que la relación del usuario con el que da el servicio   tiene una implicación mucho más seria que la de la relación normal entre empresario y cliente: El campo de la educación y el de la salud.

De la educación hablaré otro día, pero en lo referente al ámbito sanitario, los usuarios no somos meros clientes, somos pacientes o familiares de pacientes y eso hace que la relación que se crea esté condicionada por la preocupación por la salud, la nuestra o la de nuestros hijos.
EN mi trabajo de asesoría, formación  y divulgación de temas como la lactancia, el contacto y el porteo, a menudo las familias me comentan que tienen «problemas» para que se respeten sus derechos y deseos por parte de  algunos profesionales de este sector.  Se siguen protocolos que van en contra de derechos reconocidos, y se trata a los pacientes con un paternalismo y/o autoritarismo que choca frontalmente con lo que el paciente y/o su familia necesita: sentirse respetado,  informado, con el mejor tratamiento posible, con la sensación REAL de que se nos escucha, lo que contribuye a generar y/o aumentar la confianza  en el personal encargado de cuidarnos.

Asesorarte

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Sé que esto no es así en muchos casos y entiendo que, salvo algún caso de gente amargada, como hay en todos lados, estos profesionales quieren hacer su trabajo de la mejor forma posible.

  • Entiendo que tener un trabajo relacionado con la salud, con el cuidado, y sobre todo si hablamos de bebés y niños genera unas circunstancias muy concretas.
  • Entiendo que es un trabajo estresante en sí mismo que conlleva una gran responsabilidad.
  • Entiendo que tratar con enfermos y/o padres preocupados, frustrados y/o con miedo añade más estrés al punto anterior.
  • Entiendo que no siempre es un trabajo agradecido, ni respetado, ni bien remunerado.
  • Entiendo que se trabaja en muchas ocasiones sin los medios ni recursos necesarios.
  • Entiendo que los propios centros de trabajo o instituciones públicas no siempre ofrecen formación para actualizarse, y que si se ofrece no siempre se dan herramientas para implantar los cambios propuestos.
  • Entiendo que la formación «complementaria»  y las iniciativas personales no siempre están bien vistas en este sector tan jerarquizado.
  • Entiendo todo eso y mucho más…

Pero también entiendo que muchas veces lo que hay detrás de esos comportamientos es MIEDO. Miedo manifestado en diversas formas.

  • Miedo a tener que cambiar prácticas aprendidas y establecidas por años.
  • Miedo a no estar a la altura de ese cambio o a las repercusiones que pueda tener no saber hacerlo bien
  • Miedo a que la presencia de los padres influya negativamente en mi capacidad de hacer bien el trabajo
  • Miedo a sentirse cuestionado
  • Miedo a perder de algún modo autoridad o status o privilegios
  • En definitiva: Miedo al cambio

Ante eso, da igual cuántos cursos se ofrezcan, cuánta experiencia demuestre quien lo imparte, o cuántos medios se nos den para implementar los cambios. Si se tiene miedo al cambio nuestro trabajo se verá afectado de forma negativa.

La buena noticia es que hay un antídoto al Miedo y es el Amor

 

Características del AMOR:

  • La Confianza: para  no ver enemigos donde no los hay y ver lo mejor  en cada cual
  • La Generosidad: para dar de nosotros lo mejor aunque sea en circunstancias que no nos gustan
  • La Autoestima: para tener la certeza de que somos profesionales preparados y podemos aprender lo que haga falta y hacer muy bien nuestro trabajo
  • La Humildad: para aceptar que siempre podemos aprender de otras personas
  • El Valor: para dar un paso al frente y apuntarnos a ser agentes del cambio

 

 

Parece difícil, porque a esto sí que nos nos han enseñado a casi ninguno…pero lo más difícil es no hacer nada.  Y al final se trata como de montar en bici: empezar y seguir pedaleando.
Y para ese primer impulso te animo a que oigas este Podcast, o sólo la presentación, del programa Pensamiento Positivo de Sergio Fernández:

«Vives desde el amor o desde el miedo»

PD: Gracias a Rosa Jiménez Boluda por su trabajo de documentación al  encontrarme el trailer de la película «Ausentes».

Empoderamiento: claves prácticas

Empoderamiento: claves prácticas

Anoche tuve el honor de dar una clase como experta en el programa educativo La Pedagogía Blanca.
Si ya es enriquecedor que cuenten conmigo para un programa de Coaching educativo de ese nivel, hacerlo junto a Hana Kanjaa, multiplica la satisfacción.

La sesión de anoche trataba sobre Empoderamiento, y fue un placer oír a Hana  hablar sobre el miedo y cómo aprender a gestionarlo.

Si aún hay alguien que no la ha escuchado, os animo a ver su canal de youtube. Seguro que  no os deja indiferente.

Anoche tuve la oportunidad de decirle en directo que esta charla que dio en el TEDxCibeles es una de esas que he oído muchas veces, emotiva,inspiradora y  sobre todo animadora.

Sin duda, hacerse experta en aprender a gestionar el miedo y usarlo como catapulta es una de las claves del éxito en la vida, en la personal y en la de emprendedora.

Tras el subidón de oír casi una hora a Hana hablar ,como ella sabe, sobre un tema que domina, intenté aportar mi punto de vista sobre por qué solemos hacer tantas cosas desde el miedo limitante.

Creo que es un trabajo interesante y necesario reconocer desde dónde hacemos las cosas, y tomar conciencia, para encontrar un punto de anclaje desde el cual tomar impulso hacia donde queremos ir.

No hacerlo nos convierte en astronautas flotando en el espacio, yendo a la deriva sin control.

Astronauta flotando

 

Empoderarse es tomar acción, decidir y asumir las consecuencias de nuestras decisiones. No delegar la autoridad que no es delegable en otros.

No siempre es fácil, no tenemos el hábito creado en la mayoría de los casos, pero es posible.

Tips para Empoderarse

  • Usa el miedo como  motor, no como paralizador.
  • No uses la mentira para eludir tu responsabilidad
  • Trabaja tu ACTITUD
  • Que tu  lenguaje corporal esté en sintonía con tu mensaje
  • EScoge tus batallas
  • No dejes que otros controlen tus emociones
  • Estableces tus límites innegociables y mantenlos

Estos y otros tips compartí anoche con los alumnos de la Pedagogía Blanca.

¿Y tú?

¿Quieres aprender más sobre el tema?

¿Te gustaría tener más herramientas para cambiar la dinámica que llevas hasta ahora
y tener más control sobre tu vida?

¿Quieres claves prácticas para implementar en tu día a día?

Foto de la fachada de una casa en Bristol UK

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