Ayer se publicó una entrevista que me hizo La periodista Gema Lendoiro sobre Emprendedoras en un periódico de tirada nacional.
Podéis leerla aquí.
El día antes debido a una polémica surgida en las redes sobre lactancia y feminismo recupero un artículo mío «La lactancia es sexual» y escribo otro más actualizado » El goce de ser madre que tanto molesta a algunas».

No es que me quiera poner de ejemplo de nada, pero creo que es importante visibilizar que hay mujeres que, como yo, lo quieren todo.
Que no nos sentimos identificadas con las que aborrecen de todo lo relacionado con la maternidad y el cuidado ni con las que consideran que eso les llena por completo su necesidad de realización.

Algunas lo quisimos todo, lo queremos todo.

Quisimos ser madres, lo elegimos, lo disfrutamos. Sí, a pesar de todo lo malo que supone criar en un mundo que no tolera a los niños ni sus necesidades. Sufrimos por ser madres, pero no tanto por lo que algunas con púlpito mediático cuentan de que los bebé son una especie de vórtice hacia el infierno que te atrapa y no te deja salir, sino porque se nos penaliza constantemente precisamente por serlo.

No es nuevo, las mujeres sabemos mucho de ser discriminadas, de no ser escuchadas, de que nuestros deseos no sean válidos, de que todos nos digan qué hacer, qué decir y/o qué pensar. Ser madre sólo nos coloca al final de esa cola. Y como dice el refrán, el tuerto  es el rey en el país de los ciegos: En este mundo machista, las mujeres somos todas tuertas y las madres lo somos de los dos ojos.

A mí, como a muchas otras, la maternidad me supuso  una revolución. Para algunas igual no es una revolución tan importante como otras que nos dieron el derecho al voto, al divorcio o a abrir una cuenta en el banco. Pero al final, todas son revoluciones para recuperar algo que se nos había negado.
Pensar que se empodera la que consigue llegar a donde quería a pesar de ser mujer en un mundo de modelo y medida masculina,  pero que no puede empoderarse otra decidiendo ser madre COMO ELLA DESEA y consiguiéndolo a pesar de tener todo un sistema en contra, para mi es paternalista, machista, misógino e inmoral.

Algunas hemos demostrado que la dicotomía de elegir entre familia y trabajo no es la única vía. Muchas demostramos cada día que se puede criar con presencia, con tiempo, con cuerpo, con teta y abrazos… y además levantar una carrera y/o una empresa. Somos una especie de mujeres nueva, quizás la primera que ha decidido que escoger entre solo eso 2 opciones no nos interesa, que lo queremos TODO. No somos nuestras abuelas y no somos nuestras madres o hermanas mayores.
Somos una generación de mujeres enseñándole al mundo que nuestra lucha por conseguir los derechos que nos pertenecen se puede lograr sin pisotear los de nuestros hijos. Una generación de mujeres que le dicen a sus parejas: «la teta sólo puedo darla yo, pero tú puedes hacer todo lo demás». Mujeres que demuestran que no todos los trabajos son aptos para que haya bebés cerca, pero que la mayoría de las veces lo que ocurre es que esa opción ni se plantea.

Cada vez más mujeres «hacen un Gemma» demostrando al resto, a todas y a todos, que es posible, que se puede.

Como dije antes, lo quisimos todo. Yo lo quise todo. Demostré que una «simple mamá» puede levantar un negocio y montar un emprendimiento y facturar 6 cifras en un año. Con hijos, sin «marido», sin «abuela que cría a sus nietos».

La cara B

Hasta aquí la parte buena de la historia. Porque hay otra. Como digo en el título del post, todo esto no es gratis.

Cuando imparto formación intento ser equilibrada entre enseñar a mis alumnas la idea de que pueden conseguir vivir con un modelo de trabajo diferente al establecido, con el hecho de que no es fácil, que no cae del cielo. Que cuesta lo mismo que cualquier otro negocio, con el handicap de que nosotras vamos a otra velocidad porque llevamos más carga.

Todo el mundo tiene días de 24 horas, nadie tiene un «bonus». Pero algunas tenemos  un «malus».

  • Te has reservado 4 horas esa tarde para terminar algo que tienes que entregar en plazo… y tu hijo empieza a vomitar.
  • Tienes un viaje de trabajo agendado hace meses y a última hora te fallan los planes par tus hijos. Toca decidir entre anularlo todo o gastarte un pastón en 2 billetes de avión más y cambiar la logística yendo con ellos a trabajar.
  • En época de más trabajo, hay un campeonato deportivo al que llevas a tu hija lo que te supone estar fuera de casa 13 horas o un viaje que te va fatal en ese memento del año.
  • Te tomas unas vacaciones en un hotel con todo incluido y mini club para que tus hijos disfruten y tú puedas acabar un proyecto urgente y tu hija  decide que lo que quiere es que mamá le enseñe a nadar y tu hijo mayor que le enseñes  a jugar  a las cartas y al billar…

Cuando levantas un negocio siendo madre, lo que sabes es que tu tiempo no es tuyo, que tu agenda tiene que tener márgenes más anchos, porque cuentas con más imprevistos. Lo que le pasa a cualquiera con empleados a su cargo, pero la diferencia es que ser madre no se puede ( no quieres ) delegar.

Nuestra propia evaluación

Para mi el final del año es una época  de revisión de mi trabajo. Cierro un ciclo, abro otro. El fin de año fiscal, además, es un momento de analizar  si se han alcanzado los objetivos. Es el momento también de establecer los del año próximo. Y a veces cuesta empezar elneuvo ciclo con el ánimo necesario… porque  llegamos agotadas.

Ayer leía a una amiga hablar de lo exhaustas que llegamos al final del día, de vivir siempre con la sensación de que lo hacemos todo a medias, de que no damos la talla. Cuando nos evaluamos es fácil que aparezcan en amarillo fluorescente nuestros fallos, lo que dejamos de hacer, lo que no estuvo a la altura, los fracasos. Algunas hacemos del mínimo viable nuestra bandera y cuando has sido una persona aspirante a la excelencia eso supone una gran frustración.

Foto de mi primera gira internacional de trabajo con mis hijos

Pero lo cierto es que nuestro mínimo viable es en realidad una matrícula cum laude. Porque supone un sobre esfuerzo. Porque quizás no vamos a tener tantos ceros como otras en la cuenta de resultados, quizás no vamos a brillar en ese nuevo curso todo lo que habríamos deseado, quizás hemos fallado en las expectativas que nosotras y los demás tenían sobre nuestro trabajo… pero al final del día, al final del año habrá merecido la pena.
Porque algunas no hemos tenido que volver llorando a un trabajo mientras nuestro bebé lloraba en brazos extraños. No hemos estado pendiente del teléfono para que otra persona nos diga si ya le bajó la fiebre. No hemos visto la primera actuación de nuestros hijos en un video de WhatsApp. Hemos estado ahí. Hemos sido sus brazos, su teta, su mirada. Hemos acompañado su camino, su primer aprendizaje, sus caídas. Han encontrado nuestra mirada cada vez que la buscaban. Hemos secado sus lágrimas con nuestros besos. Hemos infundido seguridad  y confianza ante los pasos inseguros. Hemos criado.

Al final de esta etapa que pasará… algunos, algunas, presentarán informes de resultados y premios. Nosotras también. Ellos los colgarán en sus despachos, nosotras en el alma y lo que es mejor, en el alma de nuestros hijos.

Nada es gratis.

Lo quise todo y no ha sido gratis. A veces lo pago con angustia, con cansancio, con frustración.  A veces me pregunto si vale la pena. Si no sería más fácil volver al «9 a 5» con un sueldo seguro a fin de mes. A veces tengo ganas de dejarlo todo y desaparecer…
Entonces me obligo a cambiar esa evaluación  de fracasos y decepciones por la otra: La de mis éxitos de vida.

Porque mi vida no es elegir entre  mi familia o mi trabajo. Mi vida es todo lo que hago, todo lo que soy, todo lo que hago y todo lo que elijo dejar de hacer.
Y mi vida, como todas las vidas, no es gratis. La diferencia es que el precio que pago por la mía es el que he escogido yo.

Imagen destacada The Bucca (Cornish Culture)